Calle Rioja

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

Palcos para ‘Turandot’ en el AVE Madrid-Sevilla

Todos los asientos del tren llevaban publicidad de la ópera de Puccini con la que el Liceo de Barcelona reabrió sus puertas en 1999 tras el incendio de cinco años atrás La inagotable cantera de los Salesianos de Triana

Un tren AVE en la estación de Santa Justa.

Un tren AVE en la estación de Santa Justa. / Redacción Sevilla

Su muerte tuvo ecos de copla de Jorge Manrique. Ramón Antequera falleció en Sevilla cumplidos los 90 años, algunos de ellos vinculado a la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir. Vino a morir a la ciudad con cuyo río estuvo profesionalmente muy unido y en la que residen tres de sus cuatro hijos. Viajamos en tren a Ciudad Real para enterrarlo. Y en ese traslado observé dos curiosas conexiones entre Sevilla y Barcelona, entre Andalucía y Cataluña, alfa y omega de la conexión ferroviaria.

La primera fue en el viaje de ida. Me preparaba para bajarme en Ciudad Real, doblemente unida a familiares de Fernando III, el rey ahora conmemorado en los 775 años de la Reconquista de Sevilla. Su abuelo Alfonso VIII fue derrotado por los almohades en la batalla de Alarcos, que da nombre a una de las puertas de la capital manchega. Su hijo Alfonso X, nacido en Toledo el día de San Clemente de 1221, fundó Ciudad Real. Su estatua preside la Plaza Mayor en la que un reloj da las horas con la aparición de Cervantes, don Quijote y Sancho Panza. Una de las principales atracciones del turismo.

Un padre llevaba a su niña en brazos en el tren. Sonreír a un bebé siempre tiene gratificación. Y la sonrisa de esa chiquilla era un regalo en esta mañana de neblina casi londinense. Tarde de paseo. El tren había salido de la estación de Santa Justa y tenía como destino la barcelonesa de Sants. Pregunté al padre por el nombre de su hija. Se llama Macarena. Iban para Lleida. Apenas me dio tiempo a más comentarios, porque el tren acababa de llegar a mi destino. Me despedí de ambos. Una Macarena en Lérida. Recordé a Care Santos, una novelista catalana que ganó el premio Nadal con la novela Media vida, una crónica del reencuentro de un grupo de amigas que no volvían a verse desde que en 1965 fueron al concierto de los Beatles en Barcelona. Care venía de Macarena, regalo de sus antecedentes sevillanos. Las dos sílabas centrales de la mágica palabra, una mezcla de apócope y de aféresis.

La tía Encarni

Después de enterrar a Ramón Antequera, manchego de Miguelturra, en el cementerio de Ciudad Real, sus hijos invitaron a un refrigerio en el bar España de la Plaza del Pilar. Por España, lo que haga falta. La niebla ya se había evaporado y se cumplía el refrán como una infalible fórmula matemática. El Pilar es también el nombre de la barriada donde mi tía Encarni, cuñada del finado, dio clase en sus primeros pasos en el magisterio hace más de medio siglo. Pasó por las mismas casas, recordó a los profesores veteranos y un vecino le precisó que una de sus aulas era el salón donde un grupo de personas mayores jugaban animadamente al dominó.

Mi tía y mi prima Tere me acompañaron hasta la estación. Hice tiempo leyendo la novela El cielo protector, de Paul Bowles, la que me compré en la librería Balzac de la calle Baños unos días antes de que cerrara. La llevó al cine Bernardo Bertolucci. El tren de vuelta venía con la novela puesta, procedente de la estación de Atocha-Almudena Grandes de Madrid.

Subí al caballo de hierro en los dominios de Rocinante y encontré el segundo nexo entre el norte y el sur. Todos los asientos de los viajeros (al final pude comprobar que también los del maquinista y su ayudante) llevaban impresa una palabra: Turandot, recordando que ayer domingo, 26 de noviembre, se estrenó la ópera de Giacomo Puccini en el Liceu de Barcelona. La misma ópera con la que el teatro reabrió sus puertas el 7 de octubre de 1999 después del incendio que lo destruyó totalmente el 31 de enero de 1994. El segundo que sufría a lo largo de su historia. El primero tuvo lugar en 1861.

Cien años sin Puccini

El próximo año es el centenario de la muerte de Puccini (1858-1924), del final de la ópera Turandot, que tuvo que dejar sin terminar cuando le diagnosticaron un cáncer de garganta; se cumplirán 30 años del incendio provocado por las chispas de un soplete y 25 de su milagrosa reapertura.

Fue una semana trágica para Barcelona. El 31 de enero de 1994 un incendio destruyó el Liceo y el 3 de febrero de ese año ardió el Camp Nou. Metafóricamente, claro. El Betis, en su tercera temporada consecutiva en Segunda División (incluida la de los fastos de la Expo) eliminaba al Barcelona entrenado por Johan Cruyff en la Copa del Rey con un gol del ferrolano Juanito, que le rompió con su quiebro la cintura a Ronald Koeman. El héroe dos años antes de la final de la Copa de Europa que el Barcelona ganó en Wembley a la Sampdoria de Génova. La ida en Heliópolis había terminado sin goles.

A la muerte de Puccini, Turandot se estrena en abril de 1926 en la Scala de Milán, con el tenor aragonés Miguel Fleta en el elenco artístico de una ópera dirigida por Arturo Toscanini. Dicen que es la cuarta más representada de Puccini después de Tosca, La Bohème y Madame Butterfly. Turandot me remitió a la ópera balompédica, donde el elenco del equipo anfitrión no era nada desdeñable: Busquets (el padre del cerebro de la selección); Ferrer, Koeman, Nadal (el tío del tenista), Sergi; Guardiola, Eusebio, Iván Iglesias (Beguiristain); Stoichkov, Quique Estebaranz (Bakero) y Julio Salinas. Al Betis lo entrenaba Sergio Kresic (la prensa barcelonesa de la víspera reprodujo el saludo a Cruyff como capitanes en un Barça-Burgos), que pese a esta proeza no terminó la temporada en el banquillo verdiblanco. Los tenores béticos fueron: Diezma; Monreal, Merino II, Ríos, Txirri; Ureña, Alexis (Merino I), Mágico Díaz; Cañas, Cuéllar (Tab Ramos), Juanito.

La vida sigue igual

Una Macarena guapa en dirección a Cataluña y un Turandot desde el Liceu con destino a Sevilla, como si cada asiento fueran palcos del teatro para asistir a esta ópera ferroviaria. El AVE es menos silencioso que los trenes antiguos, circula veloz como una película de cine mudo. El de la reapertura en 1999 lo representó la compañía de Nuria Espert.

Lejos de las controversias, la vida sigue fluida como los trenes por las estaciones. Un cocinero sevillano afincado en Barcelona viajó a su ciudad natal para asistir al bautizo de un sobrino. Y Lorenzo, que vivió una doble emigración, primero en Alemania, después en Cataluña, vino con su mujer desde Badalona para visitar a la familia. Esa parte de la vida, como cantaba Julio Iglesias, sigue igual.

Me quedan pocas páginas para terminar El cielo protector. Una epopeya intimista en el desierto del Sáhara, una mirada en la que Bowles descoloniza la perspectiva y donde no hay trenes pero sí caravanas de camellos. Ciudad Real-Córdoba-Sevilla. El trayecto del AVE. Las ciudades que ganaron a los almohades Fernando III y su hijo Alfonso X el Sabio. Madrid entonces no salía en las crónicas y Valladolid, Palencia o Burgos, donde el año del incendio del Liceo el Betis regresó a Primera División con Serra Ferrer, eran como ahora Los Ángeles, San Francisco y Nueva Orleans. Presuntos Implicados tenía razón. Cómo hemos cambiado.

Tags

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios