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Acción de gracias

Comer, beber, Amar

Comer, esa práctica tan mal resuelta a veces, nos emparenta con los otros, nos dignifica

En El festín de Babette, el relato de Isak Dinesen que el director Gabriel Axel llevó al cine y que en España publicó en un hermoso volumen ilustrado la editorial Nórdica, una cocinera francesa que huye del violento clima político de París es acogida por dos damas, las hijas del pastor, en un pueblo remoto de la costa noruega. Años después, cuando gana diez mil francos en la lotería, Babette agradece la hospitalidad de sus salvadoras organizando un espléndido banquete que supone todo un desafío para una comunidad luterana que recela de cualquier exceso y teme que los placeres son cosa del demonio. Pero, durante la comida, a aquellos hombres y mujeres austeros se les suelta la lengua y se les calienta el corazón ante un menú digno del parisino Café Anglais. Babette, que ha reproducido en este tiempo para las dos hermanas que le dan cobijo sobrias y aburridas recetas de bacalao y sopa de pan, ha podido recuperar su pulso y su inventiva para los fogones; sus vecinos nórdicos han comprendido que no hay pecado en el disfrute de los sentidos, que cada bocado -no en vano El festín de Babette es la película favorita del papa Francisco- puede ser un encuentro con la gracia.

Recuerdo a menudo aquella historia, y eso de que la cocina expresa el alma y la memoria de quien la prepara, cuando veo algunos programas gastronómicos. En Street Food (Netflix), por ejemplo, emociona ver cómo mujeres de Asia y Latinoamérica que no tuvieron demasiadas oportunidades encontraron su vocación y la alegría con las arepas, los anticuchos o las bolas de papa que sirven en sus puestos callejeros. Enternece toparse con las abuelas italianas que enseñan a Jamie Oliver (Canal Cocina) sus recetas de pasta y transmiten, de paso, esa infinita sabiduría de lo humilde. Conmueve contemplar, en De la vida al plato (Amazon), cómo algunos chefs renuevan el legado que les llega, y un profesional como Pepe Solla homenajea a unos padres que revolucionaron la España de su momento con su lenguado á la meunière y su suflé, que como Babette trajeron de Francia a un modesto local de Poio, Pontevedra, Casa Solla. Uno se reconcilia con lo humano cuando acompaña en sus viajes al bondadoso Phil Rosenthal (Cocina para Phil, Netflix), que celebra con el entusiasmo de un niño cada cucharada o mordisco y que alguna vez ha preguntado, con razón, que en vez de hacer guerras por qué no nos sentamos a la mesa. Comer, esa práctica tan mal resuelta a veces, nos emparenta con los otros, nos dignifica, cuando ponemos en ello el corazón y los sentidos y entendemos el amor que esconde cada plato. Hoy, que es sábado, vayan al mercado, recuperen esa apreciada receta familiar -en mi casa sería la de las patatas a la Aurora- y, si pueden, como hacía mi amigo Ramón, den las gracias por los alimentos.

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