La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El error de Tellado
Ya he contado esta anécdota en alguna ocasión. Ocurrió en la Feria del Libro del año pasado. El historiador y Premio Príncipe de Asturias John Elliott presentaba su último ensayo y me acerqué a escucharle. Terminado el acto, le pedí que me firmara el libro. Mientras improvisaba una dedicatoria, le pregunté por su discípula Cayetana. "Espero que tenga suerte en su vuelta a la política", comentó sin demasiada convicción. Le hice notar que en España nos pasamos la vida pidiendo que a la política lleguen los más preparados y cuando personas con el bagaje cultural, la firmeza de convicciones y la capacidad dialéctica de CAT dan el paso nunca se lo perdonamos. Entonces, sir John dejó el bolígrafo sobre la mesa donde firmaba y me miró con curiosidad antes de hacerme esta confesión: "La verdad es que yo tampoco le auguro un futuro muy halagüeño. Es demasiado brillante". Efectivamente, Cayetana es una provocación para este país envidioso y cicatero. En el Parlamento más mediocre de la democracia es sencillamente un animal exótico, una rareza. Lo normal era el menosprecio -señora marquesa-, el boicot, la purga.
De Cristopher Hitchens, el portentoso y controvertido escritor inglés, su amigo Richard Dawkins dijo: "Si te invitan a un debate con él, no vayas". Ese consejo valdría también para los oponentes dialécticos de Alvarez de Toledo, polemista temible, siempre cargada de razones y argumentos que defiende, además, de manera elocuente. Tiene un discurso incisivo y trabajado; es certera cuando otros se conforman con ser aplicados, imprevisible cuando la tendencia es recurrir al lugar común. En un ambiente habitualmente vocinglero y arrabalesco, Cayetana levanta la barbilla, pero nunca la voz. El resultado es que les moja la oreja a sus adversarios de manera ostensible. Tiene un mérito añadido: ha aportado a la escena pública un discurso en el que cree y que sus enemigos -internos y externos- se han encargado de deformar hasta la caricatura. Cayetana la facha, la radical, la crispadora.
Los hindúes tuvieron la sagacidad de ver y el valor de proclamar que el nirvana, la meta de sus afanes, es la nada. Dondequiera que exista vida, hay también división, enfrentamiento, discrepancia. La izquierda siempre silenció al disidente y el PP neomarianista -por qué lo llaman moderado cuando quieren decir claudicante- se ha contagiado del miedo siniestro a la libertad. Prefiere el argumentario oficial de Teodorín y sus marhuendas al orgullo cimarrón de quien no se avergüenza de sus ideas ni de sus votantes.
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