Brindis al sol
Alberto González Troyano
Vieja y sabia
IGUAL que España es una nación plural, Andalucía es una región diversa. Es decir, no se puede generalizar demasiado a riesgo de falsear su realidad. La llegada de la Autonomía a principios de los ochenta activó toda una industria intelectual para construir lo que se ha llamado la identidad cultural andaluza, con las consiguientes contorsiones y camelos. De repente, un actor político completamente secundario que fue asesinado por el bando nacional a principios de la Guerra Civil, Blas Infante, se convirtió en el “padre de la patria”, una denominación tan pomposa y falsa que produce rubor a cualquiera que tenga una mínima honestidad intelectual (Macario Valpuesta acaba de publicar un libro sobre el asunto que está levantando ampollas en el sector más andalusí). Incluso algunos, los que carecen de cualquier sentido del ridículo, han abogado por la existencia de un idioma andalûh, y nos ponen a hablar a todos los sureños como si fuésemos gañanes de los antiguos. Más allá de estas exageraciones anecdóticas ha conseguido calar un discurso que de verdad cree que hay una identidad andaluza monolítica, tanto que hasta tiene una forma de desayunar propia. Discurso que ha sido animado por una clase política que busca en la autonomía su nicho de poder, su califato semiindependiente, su mamela. Y yo los entiendo. Para que chupen los de Madrid, que lo hagan los de aquí. Los intereses oligárquicos son fundamentales en cualquier construcción de una identidad territorial. El que conozca mínimamente la historia de España del siglo XIX lo sabe. El problema es que la burguesía andaluza –tan poco lúcida por lo general– ha tardado mucho en comprenderlo. Hasta la llegada de Juanma Moreno. Eso se lo deben.
Pero volvamos a lo de ese desayuno andaluz que se ha convertido en una tradición escolar cuando el 28-F asoma los pitones. Vale decir que es un camelo y que, por tanto, no se debería enseñar en los colegios. Ya hemos comentado en alguna ocasión cómo la antropóloga de la alimentación Isabel González Turmo ha demostrado que el aceite de oliva no era en absoluto la grasa usada por la mayoría de los andaluces, por la sencilla razón de que era un producto destinado a la exportación de precios bastante altos. Ni siquiera en las comarcas olivareras se consumía de una forma geleralizada. La verdadera grasa popular de los andaluces (como de la gran mayoría de los pueblos europeos, nos diría Braudel) era la manteca de cerdo, mucho más asequible y sin los sambenitos sanitarios de hoy en día. Así que, el año que viene, señora consejera de Educación, menos aceite y más tostá con manteca colorá. Y olé.
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