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La lluvia en Sevilla

'Desfrío'

Aquí vivimos el frío realmente mal: pagando mucho y sin poder entrar del todo en calor

Cuando veo las imágenes de las piedras candentes que ruedan despaciosas por las laderas de Cumbre Vieja, me acuerdo del braserito de mi abuela, y de aquellos badiles con ascuas vivas -"sube las enagüillas y apártate, que voy que quemo"- que convertían la mesa en un círculo vicioso del que nadie quería salir. Juntas guardábamos aquel fuego y nos calentábamos en él. Así que desde chinorri aprendí todas las técnicas no sólo para avivar la candela, sino para que no se extinga la llama: cubrir la superficie de cenizas que retengan el calor, echarle su poquito de alhucema o cubrir el picón con papel de plata. "Niña, echa una firma" significaba que removiera el brasero con la paleta. Cuidar el fuego del hogar era la mar de entretenido. Y de riesgoso: había que estar atenta a no meter literalmente la pata, o la alpargata; o no acercar las piernas desnudas con las ascuas recién echadas, para no ser presa de las "cabrillas", y mirar que la cobija no se prendiera ni que nadie se atufara. Desgracias grandes hemos visto.

Discúlpenme el ejercicio, siempre poco elegante, de nostalgia, pero en estos días heladores no paro de pensar en el desfrío (expresión que le siso a la poeta Esther Ramón) y en la manera sevillana -infructuosa- de combatirlo. Vivimos en una eterna transición entre el brasero de picón y las soluciones térmicas avanzadas. Despreciamos, por demodé, la copita y la mesa camilla (las cambiamos por mantas, que nos aportan cierto aire de refugiados domésticos), pero aún no hemos dado el paso a unas instalaciones eficientes y sostenibles para combatir el frío sevillano, que es un frío que ataca más dentro que fuera de las casas. Muchas construcciones carecen de aislamientos en condiciones y, no sé por qué, aquí se ve como algo estrafalario que las edificaciones estén previstas de calefacción. Cuando dije de poner la mía en mi hogar, el constructor me miró como si estuviera ante una majadera. En este estado de cosas, vivimos las inclemencias del frío realmente mal: pagando mucho para combatirlo con radiadores eléctricos y sin poder entrar en calor en condiciones. Pregunto en Zara Home por sábanas de pelito, y no tienen. Se nota que Amancio no vive en mi barrio, en el que las pirenaicas de estampados lisérgicos, el pijama de peluche de hechura antierótica, y ese abrigo de andar por casa que es la bata, componen la equipación invernal. En este asunto vamos décadas por detrás de otras regiones. La baja calidad de muchas construcciones y la falta de instalaciones calefactoras sostenibles nos hacen pagar más y padecer más frío. De sobra es sabido que un esquimal lo pasaría peor en nuestro cuarto de baño que en un iglú. Así seguimos. Para dormir la siesta, me pongo en youtube la señal en directo de lava lenta; sueño con el braserillo de mi abuela.

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