La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La cochinada de los cubos de enfriar los tanques de cerveza
Queremos tanto a Walt Whitman que hasta podemos perdonarle que publicara, aunque lo hiciera en la temprana juventud y luego se arrepintiera, una pintoresca novela moralizante donde probó el dudoso género de la ficción antialcohólica, calificada por él mismo de bazofia. Fue su primera y única incursión en la novela, muy vendida a su pesar, pero el gran poeta de Hojas de hierba cultivó también la prosa, en relatos, crónicas, apuntes de diario o “notas parlanchinas” de las que tenemos una heterogénea mezcla, no muy bien compuesta por el propio Whitman, en una recopilación que publicó al final de su vida. Recién recuperada por Renacimiento en edición de José Luis García Martín, que mantiene el mejorado título de la traducción de los años cuarenta, Días ejemplares de América, aunque concede que el original, Specimen Days, significa más bien Días de muestra o Muestra de días, la colección permite comprobar que en efecto, conforme al juicio más extendido, la prosa de Whitman no brilla por lo general a la altura de su poesía, famosamente prosaica. Sin embargo, como señala el editor, esto no quiere decir que el libro no contenga pasajes valiosos y entre ellos, más que los recuerdos familiares, las glosas de actualidad o las impresionantes páginas dedicadas a la guerra de Secesión, quizá sean los que se ciñen al propósito primero de recoger “sugestiones y datos para un poema de la Naturaleza” los más certeros y conmovedores. Comparece ahí también el poeta que cantó en versículos la exuberante grandeza del nuevo mundo, que como vio de modo clarividente exigía la mirada de un hombre igualmente nuevo, encarnado en una voz múltiple y dinámica que resultaría de la suma de las vidas individuales. El epígrafe tantas veces citado –“Quien toca este libro, toca a un hombre”– apunta en realidad a una multitud que en América y por obra de Whitman le dio a la construcción de la democracia una dimensión épica. Aún vivía el “gran viejo” cuando nuestro Darío, en uno de los “medallones” de Azul, lo retrató “bello como un patriarca, sereno y santo”. Es curioso cómo un hombre de itinerario más bien azaroso, por no decir arrastrado, antes de su tardía consagración como primer bardo del continente, se convirtió en símbolo y mito, pero la distancia entre el gacetillero medio anónimo y el poeta inmenso es también timbre de gloria. Hay en el muestrario de los Días muchas señales de “la vida y su esplendor”, como escribió Borges en el hermoso soneto que le dedicó a ese Whitman postrimero, notas que pese a la irregularidad y el desorden desprenden, según confiesa el prosista cuando apenas podía moverse, “sabor a aire libre, a sol, a luz de estrellas”.
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