La ciudad y los días
Carlos Colón
Montero, Sánchez y el “vecino” Ábalos
Hay restaurantes japoneses que tienen áreas específicas para sentarte a comer sin zapatos e intensificar la “experiencia” de almorzar y cenar al estilo genuinamente oriental. La gente dice de todo en las críticas de los portales digitales... En Sevilla ya podemos vender la posibilidad de comer sentados a horcajadas. Hemos perdido muchas barras tras las restricciones de los meses de pandemia. Y eso no es baladí en la ciudad en que los bares son casi instituciones. Hasta tal punto lo son que el alcalde acudió al Taquilla para celebrar los 40 años de apertura de este bar del Arenal, una taberna como las de siempre, para el público de siempre y que nunca ha jugado con su sello. La prueba es la gran cantidad de clientes que tienen el Taquilla como bar de cabecera. Muchos negocios evolucionan en diferentes direcciones, buscan nuevas fórmulas más rentables y, sobre todo, espacio para meter más clientes sentados, que es lo que hoy cotiza.
El otro día, efectivamente, vimos cómo se aprovecha hasta el poyete de un ventanal para colocar una suerte de mesa-cajón y dos cojines que marcan el lugar de los comensales... sentados a horcajadas. El diseño de la mesa debe permitir también su uso para desayunar en la cama, como se aprecia en muchas películas. Bien mirada la disposición tan original que se ofrece al cliente, cabría sentarse también al estilo de una amazona en el paseo de caballos de la Feria y así evitar la tal vez incómoda posición de motero. El caso es que la cosa es más que curiosa. Alguien tiene claro que si el personal hace cola para entrar en un bar o quiere vivir la experiencia de comer descalzo, ¿por qué no habría de aceptar yantar literalmente en el espacio de un ventanal, sentado como si estuviera subido en una Kawasaki? Mitad en el interior del restaurante, mitad en la vía pública. Cuando se trata de que nos sentemos cualquier sitio es bueno. Es curioso, nos quieren quietos en la ciudad que prefiere alternar de pie. Hemos visto a gente tomar una cerveza apoyada en lo alto de un contenedor de basura, una estampa habitual en los días que vienen. Por supuesto los hay que desayunan en una mesa con las tazas y platos sucios de los clientes anteriores.
¿Por qué no habríamos de disfrutar de una buena velada con el confort que ofrece una almohadilla sobre un poyete con derecho al frescor de estas primeras noches primaverales? No nos pongamos tiquismiquis. Las barras que perdimos y los poyetes que ganamos. Un día llegó el pinganillo y desapareció la tiza. ¡Rancios, que hay muchos rancios en esta ciudad! Acabarán haciendo cola para comer a horcajadas. Al tiempo.
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