La ciudad y los días

carlos / colón

Encalando la vida

SÁBADO. Mañana luminosa de una tibieza fronteriza con el calor. Llegó tarde la luz de marzo, aunque por lo menos puntual a su cita con el Dulcísimo Nazareno, trayendo nuestra cada vez más breve primavera, mordida de lluvias y fríos tardíos un lado y acosada por calores tempranas por otro. A la primavera le pasa como a la Semana Santa: ya no se la ve venir. Un día con abrigo y otro en manga corta. En la cola del supermercado una cajera le dice a una clienta que el otro día oyó que las cuatro estaciones de Sevilla son el invierno, el verano, Santa Justa y San Bernardo. "Ya ni saco la media manga", le replica la clienta resignada.

En la Campana un grupo de metales, tras un pasodoble, interpreta Érase una vez América y El bueno, el feo y el malo, dándole un ambiente de Alameda con banda de música tocando en un quiosco. Las calles están abarrotadas. En Tetuán un grupo de cuerda interpreta a Vivaldi. Los libros de Beta y de La Casa del Libro lloran los árboles que fueron. La cola en Casa Rodríguez convierte Alcaicería en los sótanos de un teatro en el que los figurantes hacen cola para recoger los antifaces y capirotes que vestirán en esa ópera llamada Semana Santa.

Los relojes de Sanchís marcan los años 20 y 30 en punto de una calle Sierpes bulliciosa de cafés cantantes, bares, cines, casinos, sillones de mimbre y canotier de Maquedano. El reloj de Torner, en cambio, marca los años 40 y 50 en punto; será porque allí estuvo El Rosario de Oro y la tienda de Rodríguez Buzón, porque por la Alicantina se pasean los fantasmas de padres con gafas oscuras de pasta, bigotito a lo Clark Gable y fijador-brillantina Patrico. O porque en Sagasta sigue reinando la antigua Virgen de la Merced desde su azulejo, porque estos son territorios de Pasión y porque la suya es la Sevilla de Turina, de Luis Arenas, de Cayetano González y de Manuel Díez Crespo.

Estaba alegre ayer Sevilla. Era como la recordamos. Esa alegría se impone aquí por encima de toda circunstancia, como una risa contagiosa en un duelo. Puede agobiarnos y apretarnos la vida, pero nada puede resistirse a esta luz. "Vayamos donde el sol mata las preguntas", dice un personaje de El malentendido de Camus. La alegría, al contrario que la felicidad, no depende solo de las cosas buenas que nos pasen. Nos asalta cogiéndonos siempre por sorpresa. Como ese rayo de luz que nos ciega al volver una esquina, encalando la vida.

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