Sirva este título del libro de Georges Perec -que también fue el nombre de la librería primorosa sita en la calle Pureza- de pórtico a este espacio del diario donde cada viernes usted y yo nos encontramos. Hoy le invito a pensar exactamente en esto, en los espacios de la ciudad, en cómo nos gusta habitarlos, en la sustitución a marchas forzadas de los mismos por otros que a su vez nos invitan a sustituir nuestras formas de relacionarnos por otras. La antropología y la semiótica llaman proxémica a las maneras que tenemos de usar el espacio físico -ámbitos íntimos, personales y público-, de cómo y con quién lo utilizamos. Las gentes de este Sur solemos entablar relaciones estrechas y peculiares con el espacio en sí. Vivir y observar esto es algo que me fascina. Sostengo que cada vez se reducen las especies de espacios que aquí más nos gustan. Dicho así suena algo abstracto, ahora mismo aterrizo.

Ayer, a la caída de la tarde, me topé por Sierpes con un nuevo bar. Era esa especie de espacio vedada a los sevillanos, no ya por el precio de las cosas: el propio lugar nos expulsa. Era diáfano, interior, con asientos bajos y mantenía el escaparate. No es lugar para el rito aborigen de tomar una cerveza. A escasos metros, escondida, bullía la taberna Manolo Cateca (también conocida como La Goleta). El lugar recoleto, concurrido y exterior, donde conversar en grupo y de pie (favorece el moverse con sprezzatura y hacer mutis por el foro), invita a una intimidad que nos es propia, que consiste en algo así como recogerse a la vez que se está fuera; en algo así como estar a la vez juntos y a solas. Frente a este nuevo local, en un velador del Catunambú, un hombre se abstrae a pesar -o gracias- al ruido y Marín, el querido camarero, piensa en sus cosas mientras acaba el suelo y la jornada. Hay entre nosotros un gusto por hacer del exterior algo interior y del bullicio un silencio. Lorca iguala la intimidad con "una pequeña plaza". Plaza, pasaje, callejón, esquina, rinconcillo, patio, revuelta, azotea, glorieta, corralón, bocacalle, puestecito del mercado. También la trastienda. Lo angosto y recoleto es en buena medida nuestro lebensraum, y esto es algo que contraría mucho al turista. Estas especies de espacios se van eliminando o mutando en otra cosa o sustituyéndose por sucedáneos, no por el fluir de la vida sino por el impacto del turismo y la londonización de la ciudad. Hay cada vez más lugares de Sevilla a los que no voy. No sólo porque una cerveza cueste dos veces más o la calle principal parezca el Duty Free del aeropuerto. Es, sobre todo, porque sé que en esa especie de espacios jamás me podré encontrar, de la manera que a mí me gustaría, con usted.

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