La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Fumando espero

Deje que quienes tienen ese vicio esperen el fin del confinamiento fumando tras los tristes ventanales

El pasado día del libro entrevistaron a un montón de escritores confinados. Uno de ellos (permítanme no nombrarlo porque no figuro ni figuraré entre sus muchos miles de lectores) denunció como un desprecio más a la cultura que durante el confinamiento se autorice la apertura de los estancos y no de las librerías. Se lo voy a explicar. Los lectores tienen libros en sus casas, unos leídos y otros pendientes de lectura. Los buenos lectores, además, son dados a releer. Pero los fumadores no tienen estanterías llenas de cartones de tabaco y no son dados a "refumar", es decir, a sacar el tabaco que queda en las colillas para -como se hacía en la posguerra- hacerse cigarrillos con las hebras pegajosas. Hasta un fandango recomendaba "cigarro que se te apague no lo vuelvas a encender".

Por lo tanto, lectura nunca le faltará a los lectores confinados, ya sea en libros de verdad o electrónicos, pero el tabaco sí les faltará a los fumadores. Y es sabido que fumar -además de ese "placer genial, sensual" que cantaba Saritísima- es un vicio que genera dependencia. Algo que por supuesto debe evitarse siempre y más si cabalga el caballo apocalíptico de esta pandemia. Pero al que no es fácil renunciar. Y estos días de encierro son malos para dejar el tabaco aunque el sentido común aconseje hacerlo. ¿Recuerdan aquello de "elegí un mal día para dejar de fumar… escogí el peor día para dejar de beber… elegí un mal día para dejar los tranquilizantes… elegí un mal día para dejar de oler pegamento" que decía el estresado tipo de la torre de control de Aterriza como puedas, desbordado por las circunstancias? Pues eso.

Cuando el lúcido, atrevido y también divertido si se cabreaba crítico de arte Robert Hughes publicó La cultura de la queja parecía estar pensando no sólo en las trifulcas americanas -como se subtitula su obra- urdidas por la corrección política y la estupidez especulativa del mercado del arte. También en el llanto de la siempre quejosa (pero tan poco crítica con el poder ahora) cultura española. "La queja -escribía Hughes- te da poder, aunque este no vaya más allá del soborno emocional o de la creación de inéditos niveles de culpabilidad social". Así que no se indigne, señor escritor, y deje que quienes tengan ese vicio esperen el fin del confinamiento fumando tras los cristales de tristes ventanales. Y que lo dejen después.

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