LA anunciada caída de Hosni Mubarak, que gobierna Egipto desde hace treinta años e incluso pretendía traspasar el poder a su hijo, iba a suponer el hito más trascendental de la actual ola de protestas y reivindicaciones democráticas del mundo árabe. Se frustró en sólo unas horas: Mubarak decepcionó anoche a su pueblo al anunciar que pretende continuar hasta el final de su mandato prometiendo oír a la juventud y efectuar reformas, en un intento desesperado por mantenerse en el poder. Las primeras reacciones de la multitud concentrada desde hace dos semanas en el centro de El Cairo hacen prever un aumento de la tensión y abren la posibilidad a una salida sangrienta a la crisis. El ejército, que se ha negado hasta ahora a disparar contra la multitud y ha forzado esa retirada a medias y a plazos de Mubarak, va a resultar determinante en el futuro inmediato. Falta por saber en qué dirección. Es evidente que se avecina una etapa conflictiva de transición en la que el intento de las fuerzas políticas de vehicular las demandas populares y encauzarlas en un marco constitucional que haga posible el ejercicio de las libertades secuestrada durante tres décadas de poder omnímodo depende, en última instancia, de la actitud de unas fuerzas armadas que han sido privilegiadas por Mubarak y respaldadas por el mundo occidental como baluarte contra las tentaciones del islamismo integrista. En tierra egipcia se desarrolla una revolución en la que está en juego incluso la paz en Oriente Próximo. Ante la evidencia de que Mubarak ya es el pasado, la Unión Europea y Estados Unidos deben trabajar en la dirección de facilitar la implantación de un régimen plenamente democrático, que a la postre será el mejor antídoto contra el avance de la teocracia al modo iraní. No es la revolución de Túnez que acabó con el dictador de un pequeño país, sino el cambio necesario en un país con más de 80 millones de habitantes que exigen libertad y progreso, que ocupa un papel estratégico en la zona más conflictiva del planeta y que incluso es vital para el comercio mundial, además de un ejemplo en el que se miran millones de árabes.

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