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Visto y oído

Antonio Sempere

Informática

SEGUÍ con interés la conversación entre Iñaki Gabilondo y el director del Injuve, y digo bien conversación, puesto que no había papeles ni cuestionario ni guión de por medio. Lo primero que me llamó la atención fue la existencia, a estas alturas, de un cargo como éste. ¿No habíamos quedado en que la juventud duraba siempre? ¿No habíamos convenido que el concepto de la juventud se puede estirar a conveniencia?

A ver quién me demuestra que ya no soy joven, que ya no pertenezco al universo juvenil. Pero si hasta José Luis Sampedro, nonagenario confeso, continúa siendo un referente del concepto de lo joven. Uno cita a Sampedro y, por asociación de ideas, la primera palabra que te viene a la mente es joven. Por eso me sorprendía tanto, en el décimo año del siglo XXI, que todavía existiese un instituto tan específico como el Injuve. A estas alturas, tan genérico y generalista, valga el juego de palabras, como un ministerio de Igualdad.

Lo que no me quedó nada claro durante la charla entre Iñaki y Gabriel, que confesó tener 31 años, se me hizo claro y meridiano en cuanto Gabilondo se sentó a la mesa de debate junto a los contertulios que sí son de mi quinta. Para ellos, profesores y analistas, ser joven suponía, primero, estar simultáneamente en el mundo real y en del ciberespacio; y dos, manejarse con naturalidad con las lenguas extranjeras.

No hizo falta que siguieran. Ahí sí, me vi apeado del grupo. Puedo no tener un trabajo estable, puedo comprenderles y hablarles de igual a igual, y convivir con mi complejo de Peter Pan. Pero mi analfabetismo informático e idiomático me delata.

Es evidente: aunque me pese, nací mucho antes que ellos.

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