EL nacionalismo siempre se ha alimentado del doble juego amenaza-lealtad, conceptos que se anulan y acreditan el nihilismo subyacente al negocio. Cataluña, la comunidad más corrupta de España según Bruselas, se ha desprendido poco a poco de sus restos de lealtad para dedicarse plenamente a la amenaza. Incluso así, Artur Mas se presenta ante Rajoy con 23 peticiones adicionales al derecho de autodeterminación que la doctrina internacional sólo reconoce a las colonias. Se supone que el presidente, a menudo tan pachorrón, debería hacer algo.

Se supone desde la parte contraria, desde el PSOE y desde cualquier partido con una idea de nación menos clara que sus pares filosóficos de Alemania, Francia o incluso la siempre polarizada Italia. Pero por una vez la táctica de Rajoy funciona. Por pura coherencia, ante el chantaje sólo cabe la pasividad. El tiempo es un formidable ácido sulfúrico cuando todo está en contra. Y el Govern tiene como enemigos a Bruselas, Merkel y Hollande (Valls), entre otros. Incluso Viviane Reding, la número dos de Barroso en la Comisión Europea, tuvo que meter en el cajón sus simpatías catalanistas para adaptarse al rígido molde de la geopolítica contemporánea: nadie en el viejo continente permitirá que el jersey comunitario se deshilache desde la Península Ibérica.

Mas es un tipo antipático y prepotente. Su expresión de asco cuando se le formulaba una pregunta en castellano en el Palau de la Generalitat era tan elocuente que no necesitaba contestar en catalán para explicitar su desprecio. Su equipo y él venden la imagen de una convivencia fantástica con España cuando Cataluña se separe, una pirueta curiosísima si se anota que lo que cultivan desde sus medios y sus discursos es el desprecio. ¿Cuántas veces hemos leído, escuchado y visto el lema del Espanya ens roba? Y sin embargo robaba Jordi Pujol. A espuertas y embutido en la senyera. Cataluña está por encima de un individuo, sostienen ahora sus herederos. Ya era hora: un individuo ha estado por encima de Cataluña durante 34 años.

Al pueblo catalán le sucede exactamente lo mismo que a sus compatriotas ibéricos. Ha padecido a una clase política muy por debajo de las exigencias inherentes al Estado de bienestar en que el país se había instalado. España ha progresado pese a sus dirigentes, pese al under the table, pese a la kafkiana ralentización de las mejores ideas y al masoquista castigo a los mejores cerebros. El verdadero hecho diferencial es que no hay hecho diferencial. Al fin lo vemos claro.

Rajoy dejará que Mas se hunda solo. Ya está ocurriendo aunque no le falten salvavidas y aguadores. Quizás sea su único verdadero éxito en dos años de mandato marcados por reformas de corte alucinógeno (educación, aborto, tasas judiciales, fiscalidad) y palabras triunfales sobre la salud de un paciente (España) que no se cura ni a tiros. Si se anota el triunfo y también manda a paseo a Urkullu (un señor que pide el poder que ya tiene), es capaz hasta de ganar en 2016. El hombre vive de placeres básicos.

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