Isabel II, la fuerza de la autenticidad

La frialdad inicial tras la muerte de Lady Di, después corregida con un discurso cálido, pudo ser uno de sus errores más evidentes

Isabel II
Isabel II

10 de septiembre 2022 - 04:00

No se están setenta años en un puesto por casualidad. Una permanencia de esa duración sólo se puede conseguir a base de autenticidad, pues sólo perdura lo auténtico. Vienen días de días de tormento para los republicanos más agrestes. Nos hartaremos de hagiografías, petaladas, elogios y panegíricos de la reina. No será aquí donde agitemos el incensaro más allá de reconocer lo que podríamos referir como hechos probados. Aquella joven de los años cincuenta ha logrado el sueño de todo político:convencer, mantenerse y no verse alcanzada por los tiempos. Fue reina y murió en el cargo. Quizás su última satisfacción fuera la salida como primer ministro de Boris, entusiasta biógrafo de Churchill, pero un botarate en el cargo. No lo sabemos con certeza porque la monarca nunca mostró afanes partidistas, una de sus virtudes fundamentales.

Tal vez la frialdad inicial tras la muerte de Lady Di fuera uno de sus errores más llamativos, luego corregido con un discurso enternecedoramente cálido. Pero aquella primera gelidez le pasó factura. No se movió un centímetro de los valores genuinos de la institución monárquica, que en el siglo XXI necesita que la inensa mayoría vea en ella una garantía de unidad, capacidad para vertebrar una nación y atesorar ese marchamo del prestigio en unas sociedades donde ya no se admira a casi nadie. Por eso, precisamente por eso, los reyes tienen el deber de ejemplaridad. La monarquía no es una institución democrática, no puede serlo, pero se incluye en la democracia en dos pasos: al quedar fijada y aceptada en el marco de una constitución y al asumir su titular y sus herederos una obligacion de ejemplaridad. Isabel II ha gozado de una grandísima ventaja:el aval de los dos grandes partidos. Y los ingleses cuentan, además, con otra:no sufren a la extrema izquierda. La reina dio un día un paso al frente y decidió pagar impuestos, un 40% de sus ingresos privados anuales, para compensar una de las crisis de popularidad que la institución sufrió periódicamente por culpa no de su gestión, sino de las andanzas de sus descendientes.

Sufrió el acoso de la prensa en aquellos años que en España no se decía ni pío del rey y su familia. ¿O se nos ha olvidado el silencio con el que nuestra democracia protegió todo lo relacionado con la monarquía en sus primeros años? A Carlos III (llena ahí)le queda un verdadero papelón. La monarquía no tiene sentido hoy si no representa determinados valores que no se consiguen con gurús o tuits, sino con tiempo y ejemplaridad. Tampoco puede estar al arbitrio de políticos adolescentes y populistas.

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