La tribuna

abel Veiga Copo

Lágrimas e insensibilidad

EL papa Francisco ha querido que su primer viaje fuera de Roma sea la isla de Lampedusa, donde los sueños se convierten en drama, donde la vida humana se rompe, donde las víctimas no tienen nombre, ni rostro, ni historia. Donde la indolencia y la pasividad de Europa y de occidente se confunde con ceguera, amnesia, mirar hacia otro lado, el de la cobardía, el de no hacer. Francisco, el Papa de todos, pero sobre todo de los pobres, critica la globalización de la indolencia. Mira hacia dentro de sí mismo y hacia dentro de nosotros mismos. Penitencia y lágrimas por nosotros, porque no queremos ver, no queremos escuchar, sentir ni tender la mano hacia el hermano que camina a nuestro lado y despreciamos. Un color de piel, unas ropas de pobreza, una mano afligida que sin embargo rechazamos.

Sentimientos anestesiados por la soberbia y el hedonismo, la ambición y el egoísmo personal. Nos destruimos cada día a nosotros mismos plegándonos en nuestro propio mundo que no oye ni escucha, ni siente ni quiere padecer. Sólo nos importa el yo, nadie más. A veces ni siquiera nuestra propia familia. ¿Quién llora por los miles de inmigrantes que han perdido sus vidas buscando un sueño? ¿Quién llora a estos muertos? Salir de la pobreza extrema de África para ser explotados en una Europa ya sin corazón. Arrinconados, marginados, excluidos, marcados. Parias sin tierra, ni aquí ni allá. De ninguna parte. Pateras rotas por la fiereza indómita y cruel de un mar sin alma. Vidas truncadas. Cementerios de pateras y de vidas. De ilusiones, de luchas por superarse.

Miles y miles de inmigrantes han muerto ahogados en la noche de las lunas rotas, sin lágrimas, sin sentimientos. Rumbo a la tierra prometida, esa tierra que no regala nada, indolente y que apenas da oportunidades. El rico Occidente, egoísta y meditabundo, ensoberbecido y embriagado de sí mismo. Aguas de Canarias, aguas mauritanas, libias, italianas, aguas del frío y gélido Atlántico, del meditabundo y tranquilo Mediterráneo, zozobra de pateras y ceguera de patrulleras marroquíes que miran a otro lado. Mafias rutilantes y tráfico humano, cadenas de esclavitud y miseria del siglo XXI. Todo es dinero y una densa niebla de silencios cómplices y miradas furtivas. Tierras de escarnio, crisol de culturas, ocio y abundancia, de trabajo y vanidad. ¿A quién le importan estas muertes sin rostro y sin gritos que escuchemos?

Sin papeles, a la intemperie de sus derechos y dignidad humana, potenciales explotados por algunos sin escrúpulos. Sólo eran inmigrantes, sin nombre, sin rostro, sin futuro. En busca de una oportunidad, pero tras ello se ocultaba sigilosa y a la par acechante la muerte. La tragedia y la bravura del mar los abraza impunemente. No les indulta en su oleaje de vida y muerte. Sin embargo, su destino no fue cruel por esto, antes también les habrían abrazado la miseria, el hambre, las guerras, gobiernos corruptos, caciques tribales, explotación, abusos de derechos y un sinfín de pequeñas tragedias que ni siquiera somos capaces de imaginar.

Tratan simplemente de escapar de una miseria, una tragedia, pero otra les esperaba, por mucho que en ella también iba escondida al fin la libertad. Hasta para la esperanza hay que tener suerte. Y esta vez la suerte ha sido esquiva y desdichada. Nadie les llorará de este lado y quizá del otro nunca se sepa que ni siquiera murieron ahogados. Y la mar cruje de saciedad y vomita los cuerpos descarnados. La mar, principio y fin, cruel, reacia e inhumana. Dolor ajeno, dolor humano, tragedia sin límites. La misma historia, historia que no es apenas noticia. No interesa. Es cruel, es rasgadora, como el tenue hilo que separa la vida de la muerte. Abrazados con la espuma de las olas, bajo el rugido áspero y seco rompiente de la mar. Teñida nuevamente de negro, cual negra sombra.

Pero no, no es noticia, y si lo es, ésta es incómoda, molesta y rápidamente olvidadiza. No consume, no impacta, la resistencia a la sensibilidad es sublime, debe serlo, pero de hierro en nuestras acomodadas vidas. No nos atañe, eran infelices inmigrantes. No parece que nos importe. No sentimos, no compartimos, no nos duele lo ajeno, apenas ni siquiera lo próximo y familiar. Somos pétreas figuras de rigidez e insensibilidad. Nuestro mundo se circunscribe a nuestro único interés. No importa el otro, lo otro, lo distante. Nada nos afecta. Francisco exhorta, ejemplifica. Va más allá de los discursos y la palabra, los gestos, hechos. Francisco llora por estas miles de tragedias. Nos llama la atención. Nos hace reflexionar. Benedicto XVI fue a Auschwitz donde la locura humana se hizo horror. Francisco ha viajado a Lampedusa a depositar una corona de flores y su lágrima de concienciación. Pero ha ido también a pedirnos sensibilidad, solidaridad, hermanamiento, entrega, ejemplo.

Tags

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios