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Fragmentos

Juan Ruesga Navarro

Manuel Arellano, ceramista

HOY, aniversario de su nacimiento, es una buena ocasión para recordar a Manuel Arellano Campos (1858-1906), uno de los más importantes ceramistas sevillanos y que representa uno de los momentos más brillantes de los alfares trianeros. Cerámica para  zócalos, para decoración arquitectónica, para objetos preciosos que daban belleza y armonía a las casas, desde la más humilde hasta la más encopetada. La Sevilla de la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del siglo pasado era un universo de barro vidriado, como decía don José Gestoso.

Hijo del pintor y ceramista Manuel Arellano y Oliver, su padre fue su primer maestro, también asistió a las clases nocturnas de dibujo y pintura que Eduardo Cano impartía en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Trabajó como pintor en sucesivas etapas en los talleres de Francisco Díaz, Manuel Soto y Tello, La Cartuja, José Mensaque y Vera y la fábrica de la Viuda de Gómez, todos en el barrio de Triana. Entre sus obras más destacadas se encuentran las figuras alegóricas de El Trabajo y La Prudencia que aún se conservan en la fachada de Cerámica Santa Ana. Por cierto, ¿para cuándo la apertura del Museo de la Cerámica de Triana? El retablo del Cristo del Cachorro que figura en la fachada de su capilla en Triana. Los zócalos del comedor del desaparecido Hotel Madrid, realizados en la fábrica de Mensaque, inspirados en los zócalos de los salones de Carlos V del Alcázar, en colaboración con otro de los genios de la cerámica de Sevilla, el alcalareño Manuel Rodríguez y Pérez de Tudela. Con motivo del IV centenario del descubrimiento de América en 1892, Arellano produjo infinidad de platos y de jarrones decorados al estilo plateresco inspirados en las mejores obras de Sevilla y Toledo. Muchos de ellos figuran en las mejores colecciones del mundo y sigue siendo muy apreciados. Muchos zócalos y frentes de chimeneas en múltiples casas señoriales como en el desaparecido palacio de don Miguel Sánchez Dalp. Bellos frontales de altar como los aún existentes en las parroquias de Santa Ana y San Lorenzo.

Basten estas pocas referencias para apuntar la importancia de Manuel Arellano como ceramista. También fue un hombre comprometido con su ciudad, concejal del Ayuntamiento de Sevilla por el Partido Republicano de 1903 hasta su muerte. Sus conciudadanos  y compañeros de corporación lo homenajearon dedicándole la calle que lleva su nombre en barrio de Triana. 

Agradezco muchas cosas a este artista sevillano. Su obra, que nos da la pista de una Sevilla que casi hemos perdido. Sus pinceladas, que dignificaron el  oficio, modelo de tantos otros artistas que vinieron después, como mi padre. Y el buen rato pasado para documentar estas líneas en la Biblioteca de Humanidades de nuestra Universidad, consultando las esenciales obras de José Cascales  y José Gestoso sobre la cerámica artística sevillana. Me ha transportado a los años de juventud, a las tardes en el Laboratorio de Arte estudiando arquitectura, escultura y pintura. Los nobles patios siguen guardando las ilusiones y ganas de aprender de muchas generaciones. Que así sea. 

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