La ciudad y los días

Carlos Colón

Miguel García Bravo-Ferrer

LOS delitos políticos de Miguel García Bravo-Ferrer que justifican que le quiten la calle son haber sido un distinguido ateneísta en el distinguido Ateneo de los años 20, un político republicano y liberal conservador democráticamente elegido en los años 30 y un sevillano unamunianamente fino y frío -de la estirpe de Romero Murube, Sánchez del Arco, Chaves Nogales o Montesinos- que se recluyó en su dedicación profesional y su hermandad del Valle desde el fin de la guerra hasta su fallecimiento, mal visto por los sectores más reciamente franquistas que nunca olvidaron su militancia republicana y su participación en la vida política democrática durante la II República. Ser republicano liberal conservador lleva a ser aborrecido por los totalitarios de la derecha golpista y por los totalitarios de la izquierda radical que detestan la República burguesa. Añadir a esa culpa republicana la de ser capillita -y más aún de la ilustre variante tirillita del Valle- y pregonero de la Semana Santa, significa también ser aborrecido tanto por el integrismo nacional católico como por el integrismo laicista.

El resultado es que ahora se proponga, en nombre la Memoria Histórica y a mayor gloria de la II República, borrar del callejero un trozo de la memoria histórica democrática de Sevilla (¿será que es incómodo para el discurso simplificador de estos tipos recordar que hubo republicanos conservadores?) quitándole la calle a un político que militó primero en el Partido Liberal de Rodríguez de la Borbolla y después obtuvo acta de diputado por el Partido Radical de Martínez Barrio en 1931 y por el Partido Republicano Conservador de Maura en 1933, representando el republicanismo liberal y conservador sevillano en el Parlamento entre 1931 y 1936.

Graves pecados, por lo visto. Empeorados por haber sido ateneísta, llegando a secretario de la corporación en los años 20 en los que por la ilustre casa se dejaban caer José María Izquierdo, Romero Murube, Laffón o Collantes de Terán; a quienes, convocados por Sánchez Mejías, Blasco Garzón y Romero Martínez, se unieron Lorca, Alberti, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Bacarisse o Bergamín en las históricas y legendarias veladas del 16 y 17 de diciembre de 1927. ¿No es un crimen franquista haber sido secretario de aquel Ateneo de los años 20 y hasta Rey Mago -Gaspar- en la Cabalgata de 1928? Demócrata, republicano, ateneísta, tirillita, pregonero, Rey Gaspar, fino sevillano, hombre honrado… Pues resulta que va a tener razón Torrijos, pero al revés: la actual Sevilla no se merece tener alguien así en su callejero.

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