DERBI En directo, el Betis-Sevilla

Misericordina

Eduardo / Martín / Clemens

¡Miradlo!

MAÑANA de Martes Santo. Los templos se abren para la contemplación de las imágenes que, a la vista de tanto amor, nos muevan a la conversión. En la Catedral las Misericordias de Dios se hacen óleo de unción, aceite sacramental que alcanzará y transformará a sus hijos a una nueva vida. Es día también de renovación de promesas de los consagrados a Él, de los que se han entregado para servir al prójimo, a ese pueblo que impaciente espera escuchar el primer son o ver el primer tramo de terciopelo rojo.

Y ya por la tarde, en su parroquia, la imagen de las Misericordias abandona su posición en el altar mayor y ansioso, como si ya no aguantase más, va al encuentro de sus hijos para mirarlos con la ternura que sólo Él puede expresar y desparramar sus Misericordias por las calles de Sevilla, como si fuera la primera vez.

¿Pero qué esperan de las Misericordias de Dios? ¿Las notarán? ¿Cómo habrán de influir en sus vidas?

Cristo está en la calle. Su lento caminar entre las luces del día que se agota intensifica más su presencia. ¡Miradlo y dejad que Él os mire! Está ahí, dispuesto para arrastrar tras de sí cuantas adversidades llenan nuestras vidas. Todo ello se lo lleva Él para perdonar y reiniciarnos otra vez.

Hay un balcón entreabierto justo a la altura del rostro del Crucificado. Tras los cristales una cama que permite que alguien lo pueda mirar con la ternura que sólo el declinar de la vida otorga. Él está allí para él. Allá un grupo de jóvenes parece estar más ajeno, pero alguno se vuelve y lo mira fijo. ¡Cuantas ilusiones en la vida! Él está allí para ellos. Una hija entre sollozos recuerda y sus lágrimas son oraciones. Él está allí para ella. Él está ahí para todos, para escucharnos y llevarnos de su mano.

Miradlo a Él, dejad que Él os mire con esa mirada intensa de sus Misericordias. Con Él encontraremos la alegría, la serenidad y la paz en una noche de luna llena.

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