¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Cómo estropear el Muelle de la Sal

Esta moda de usar los enclaves históricos para dar realce a ‘shows’ banales como el ‘mapping’ es preocupante

Gradas en el muelle de la sal.

Gradas en el muelle de la sal. / José Ángel García

NO es casualidad que, tradicionalmente, Sevilla haya sido retratada mostrando su perfil oeste. La razón es la importancia que, desde su fundación, tuvo el puerto en una ciudad que empezó marítima y ya va por fluvial, aunque hay quien no descarta que, con el cambio climático, el mar vuelva a invadir las cercanas marismas (mucho más cerca de lo que solemos recordar) y Sevilla sea de nuevo la ciudad costera del Golfo Tartésico de antaño.

Como se comprueba en cualquier postal, históricamente se ha intentado cuidar con mimo esta fachada de la ciudad que muestra alguno de sus edificios más señeros (la plaza de toros, la Catedral...) y, sobre todo, el río que le da sentido. Eso no quita que no se hayan cometido (y se sigan cometiendo) algunos desatinos. Uno de los últimos, la funcionarial y sovietizante reforma del paseo Marqués de Contadero. Otras acciones, sin embargo, han sido acertadas, como la transformación del Muelle de la Sal en un lugar de paseo ciudadano, pero conservando un cierto aire de muelle antiguo, todavía a la espera de balandros y corbetas. Cuando la estación y la hora es la adecuada, la interacción de la luz con su piedra dorada convierten al Muelle de la Sal en un lugar tocado por la gracia. Por algo Eduardo Chillida decidió ubicar allí su Monumento a la Tolerancia.

Por todo lo dicho, no se entiende que el Ayuntamiento haya decidido convertir el Muelle de la Sal en un graderío de polideportivo desde el que, en estas fechas navideñas, perpetrar uno de esos cansinos mappings que caracterizan a la modernidad festiva. La belleza del enclave ha quedado rotundamente desfigurada. Ya sabemos que es temporal, pero esta moda (ya lo hemos visto en la Plaza de España) de usar la belleza de los monumentos y paisajes históricos para enmarcar espectáculos banales como el mapping es ya preocupante. Y es hora de que se le ponga coto.

El mapping, ya saben, se proyectará sobre la zapata de la calle Betis. Y uno piensa que es mucho mejor admirar la rotundidad neoclásica del malecón de Triana sin la necesidad de proyectar sobre él dibujitos animados ni llenar la atmósfera de decibelios innecesarios. Pero claro, para que eso se comprenda hace falta una ciudadanía educada en la apreciación de la belleza y el silencio. Demasiado para un mundo que nos quiere viviendo fantasías de garrafa y sordos como tapias.

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