¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Muertes regias

Marías fue uno de los últimos representantes de la vieja querella entre cosmopolitas y castizos

Javier Marías.

Javier Marías. / DS

LA muerte, lo saben los periodistas veteranos, suele venir en colleras. Tal y como se recibe el teletipo que pone punto final a una vida hay que echarse cuerpo a tierra, porque viene otro en camino. Algunas veces estos paralelismos tienen similitudes inquietantes, como aquel que hizo coincidir en un mismo tiempo los óbitos de Rocío Dúrcal y Rocío Jurado. Estos días pasados, la parca, ese mar que unifica a todos en una eternidad anónima, ha hecho sintonizar en los titulares los nombres de dos monarcas, el de Isabel II de Inglaterra y el del rey de Redonda, el escritor Javier Marías, para la mayoría (aunque no para la totalidad) el mejor escritor español del tránsito entre los siglos XX y XXI.

De la reina de Albión se ha escrito muchísimo en los últimos días. Más allá de la ejemplaridad de su figura o de las excesivas –y a veces extravagantes– muestras de duelo por personas y administraciones hispanas, como los ridículos días de luto decretados en algunas autonomías, nos interesa un fenómeno que cada vez es más evidente: la mascotización de algunas figuras públicas. Porque detrás de la admiración hacia Queen Elizabeth por su savoir faire monárquico, también se observa una cierta coña marinera de memes y chistes en los que se mezclan el afecto y la sátira, como el cariño que se siente por algunos animales domésticos o los antiguos bufones de la corte. Todos querían a Isabel, pero este amor era indisociable a las gracias y bromas sobre su longevidad y su capacidad para sobrevivir a sus enemigos. La reina británica era percibida, al mismo tiempo y por las mismas personas, como una gran mujer de Estado y como un monigote para la chota. No sabemos si la monarquía en general, que se sustenta en gran parte en la devoción irracional, podrá sobrevivir a estas paradojas.

También sobre la muerte del britanizante Javier Marías han escrito, como es normal, algunas de las plumas más brillantes del reino de España. Nada que añadir. De él nos gustaría destacar aquí y ahora que fue uno de los últimos representantes de la vieja querella entre castizos y cosmopolitas (Marías pertenecía a la segunda facción). Incluso algún medio ha llegado a calificarlo como “el más europeo de los escritores españoles”, como si Andrés Trapiello o Juaristi fueran congoleños o como si Oxford fuera más “civilizada” que Salamanca. Hace mucho tiempo que en España se ha cerrado esta antigua disputa y muchos saben aprender y disfrutar de Vives y Loyola, Quevedo y Jovellanos, Valle y Ortega, Umbral y Marías. Dicho esto, descanse en paz nuestro glorioso no-Nobel y gracias por novelas inolvidables como Todas las almas, Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí.

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