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Negra y criminal

La fidelidad de los lectores de novela negra es tal que somos capaces de cualquier cosa para que los personajes sobrevivan

Negra y criminal era el nombre de una librería que, lamentablemente, cerró y que sirvió de escenario a alguna famosa novela del ramo. Y digo ramo y no género porque, lo dicen nuestros ilustres, en literatura no hay más distinción que entre la mala y la buena. E incluso sobre lo que es malo o bueno que cada cual levante la mano: cuánta gratitud a historias olvidables que como el alcohol -versus Yourcenar- nos desembriagan de males mayores.

La fidelidad de los lectores de novela negra -Je m'accuse- es tal que somos capaces de cualquier cosa para que nuestros personajes sobrevivan, incluso a sus autores. Hace no mucho vino a Sevilla el grandísimo escritor cubano Leonardo Padura y confieso que no paré hasta que, en una entrevista, conseguí que me prometiera que jamás mataría a Mario Conde. El ex policía de sus novelas habaneras, aclaro. Bastante sufrimos cuando Mankell hizo enfermar a Wallander en la que, tristemente, fue la última historia de este policía de Malmö. Habrán notado la pasión y eso que tengo que reprimirme: podría seguir con la interminable lista de autores que me han hecho conocer, desde las entrañas, lugares como Trieste, Hamburgo, Edimburgo o la Bretaña francesa de la mano de Veit Heinichen, Craig o Bannalec, por no mentar el Vigo de Domingo Villar o ese otro Ayamonte de Salvador Gutiérrez Solís.

Precisamente este escritor es el artífice de ese anunciado aquelarre -Mairena Black- que ha contado en estas páginas Braulio Ortiz. Un enorme acierto de Mairena del Aljarafe, con la presencia de escritores estupendos y actividades llenas de suspense, incluso gastronómico. Y al calor de esa convocatoria, me ha dado por pensar en la enorme personalidad de algunos de sus protagonistas y la capacidad que tienen de hacerse un sitio en el corazón y la imaginación de los lectores. Qué manera tan eficaz de acercarnos al "factor humano" -ay Graham Green - y las debilidades y fortalezas de la sociedad que somos. Qué obstinada también (hablo por mí) la apropiación de esos seres imaginados por parte de los lectores. Cuando la RAI estrenó la serie de Montalbano -el comisario de Camilleri- me resistí como leona a verla porque el actor se parece muchísimo a un jefe que tuve y así no había manera de entrar en el meollo de las tramas. Adamsberg, el policía epicúreo de Fred Vargas tiene para mí el rostro de Luis Tosar. Claro que, menos el comisario Camille Verhoeven, de Lemaitre, casi todos mis comisarios la tienen, en el caso del francés por sus buenos cuarenta centímetros de diferencia con el actor gallego. Hasta Lorenzo Silva reconoce toparse con la dificultad de encontrar quien encarne al introspectivo guardia civil Bevilacqua. Que, para mí, tiene el rostro de su autor. Ventajas de la literatura que todo lo que toca, hasta el horror y la muerte, lo convierte en vida. Tantas veces eterna.

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