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'Nordomanía'

Rodó elaboró un discurso idealista donde conviven el culto de Grecia y la espiritualidad cristiana

Encontramos en pocos días varias menciones casuales a la palabra nordomanía y la coincidencia nos ha llevado a conocer de primera mano la famosa obra del escritor que acuñó el término, el uruguayo José Enrique Rodó, un escueto y elegante ensayo, disponible en la reciente edición de Pablo Rocca para Renacimiento, que alcanzó una repercusión formidable en lo que Martí había llamado "Nuestra América", poco después de que la guerra de Cuba pusiera de manifiesto la imparable hegemonía de Estados Unidos en el continente. Publicado en el inicio mismo del Novecientos, Ariel se enmarca en el contexto literario del modernismo, aunque su retórica estilizada y arcaizante -a la vez avanzada, por su densidad fragmentaria- era ya algo anacrónica en un momento de profunda renovación de las literaturas hispánicas. De su inmediato ascendiente da fe el que fuera conocido y comentado en todas las repúblicas hermanas, también en la antigua metrópoli donde lectores tan cualificados como Clarín o Unamuno le dedicaron grandes elogios. De clara vocación polémica, el libro del joven Rodó, que no había cumplido los treinta en el momento de su aparición, reaccionaba contra los defensores, muy activos en la segunda mitad del siglo XIX, de la presunta superioridad de los valores anglosajones sobre los hispanoamericanos, en todo el vasto ámbito que por influencia francesa empezaba a llamarse Latinoamérica. La nordomanía estaba ya implícita en la célebre disyuntiva de Sarmiento entre civilización y barbarie, abrazada por una parte de las élites criollas que despreciaba del mismo modo a los mestizos e indígenas y la herencia española, debida a un pueblo que no había tenido prejuicios para fundirse con una "raza prehistórica y servil", en palabras del propio Sarmiento. Martí, Groussac o Darío habían expresado su desconfianza hacia el poderoso vecino norteamericano, pero no faltaban quienes proponían deslatinizar a sus naciones para instituir unos "Estados Unidos de la América del Sur". Frente a la seducción del Norte, Rodó elaboró un discurso idealista donde conviven el culto de Grecia y la espiritualidad cristiana, aunque él mismo era agnóstico, un discurso también europeizante pero opuesto al utilitarismo y la mentalidad positivista que censuraba en la próspera sociedad estadounidense. Pieza importante en nuestra historia de las ideas, el evangelio de Ariel no deja de ser un refinado producto de época, a la vez ingenuo y lúcido. Aunque insuficiente para afrontar la complejidad latinoamericana, conmueven su noble propósito, su desdén a los cantos de sirena de los filisteos y su creencia en la fuerza transformadora del humanismo.

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