Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Noticias del inframundo

Los niños hacían su vida solos, sin mamá y su novio, encerrados en la habitación desde hacía varios días

Uno. Los cuatro niños hacían su vida sin contar con mamá y su novio, que se metían en su habitación y se echaban a dormir y no salían en varios días. No salían. Así que ellos seguían adelante, solos, sin los adultos, que seguían durmiendo. Un día llamaron a la puerta. Los niños no abrieron porque si mamá está durmiendo y no abre ellos tampoco lo hacen, y menos a unos hombres de uniforme. Al final llegó el casero. Mamá y su novio no estaban durmiendo, estaban muertos. Se llevaron a los niños. El mundo siguió girando, aunque quizá se parara atónito ante el problemón de los lanzadores de penaltis en el PSG: ¿Cavani o Neymar?

Dos. Más de 150 personas intoxicadas por comer atún coloreado para que parezca fresco, para que dé el pego como ese manjar sobre el que se ha desarrollado toda una narrativa del postureo gastronómico que ha dotado de la noche a la mañana de un fino paladar de gourmet y de un adiestrado olfato de sumiller a quienes hasta ayer no sabían ni freír un puto huevo.

Tres. Vía e-mail (una de esas campañas): "El desayuno de los andaluces, poco equilibrado, en solitario y en menos de 10 minutos". ¿Y qué? ¿El primer café del día y ya rodeado? ¿Y que te hablen? Qué turra. No, gracias. Se nota que no han visto el comienzo de Harper investigador privado. Con un Paul Newman magistral, su desayuno no es precisamente de campeones. Algo parecido -por fortuna ya en tiempos muy remotos- hicimos alguna vez para empezar la jornada.

Cuatro. Ha muerto Hugh Hefner, gracias a cuya revista Playboy muchos adolescentes de los años 70 vimos por primera vez desnuda a una mujer adulta, de manera que nos resultó imposible creer que algún día tendría lugar el advenimiento de la actual Era Depilatoria.

Cinco.Las autoridades de Arabia Saudí han satisfecho una antigua reivindicación de los hombres. Aunque se diga lo contrario, permitir conducir por fin a las mujeres en aquel país no es un logro de ellas, sino de ellos, que desde hacía tiempo lampaban por poder hacer las gracietas machistas que han estado escuchando durante sus viajes de negocios y placer a Occidente. Estaban ansiosos por ver a sus mujeres al volante para alimentar aún más la misoginia con la que se ciñen el turbante cada mañana.

Seis. En San Juan de Aznalfarache no quieren al cardenal Segura como en Charlottesville no quieren al general Lee.

Siete. Y Cataluña.

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