La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La Papa que Llevas

La Papa Que Llevas es una recomendable freiduría… O lo que a lo peor hay que decirle hoy a los italianos

Ala espera de los resultados italianos y austriacos, y en el arranque de este semana con más puentes que Hamburgo, en vez de escribir sobre tanto papa frita como se encarama a los titulares de los periódicos prefiero dedicarme a las papas fritas de verdad; como las que venden en La Papa Que Llevas, el pequeño local de la calle Juan de Mesa, frente a Santa Catalina. A quienes no lo disfrutaron les ofrece el placer de comprarse una bolsa de papas recién fritas para comérsela por la calle; y a quienes lo hicimos nos recuerda aquellas calenterías que por la tarde vendían pavías de bacalao y papas fritas. Proust, que era francés y de familia pudiente, descubrió la asociación entre un sabor y un recuerdo cuando mojó en una infusión una de esas pequeñas y prietas magdalenas francesas con forma de concha. Aquí, más modestos, este servicio lo puede prestar una sencilla y dorada papa bien frita.

Saben las de La Papa Que Llevas a las infantiles papas fritas en cartuchos de grueso papel blanco que los vendedores con chaqueta blanca y canasto al brazo vendían junto a rosquitos con forma de ocho en aquel parque de María Luisa de barquilleros con ruleta, pianillo tocando sevillanas en la esquina de La Raza, arvejones para las palomas de Plaza de América, triciclos, mini golf, barcas y calesa del burrito en la Plaza de España. Saben también a las adolescentes papas fritas de la calentería de la Cruz Verde que tantas veces acompañaron los paseos que me llevaban de una punta a otra de la calle Feria, libro en mano, para leer en el patio de la Casa de los Artistas, en las almenas de la torre de la Tía Tomasa o en el saloncito de azulejos y mesas con tapa de mármol del antiguo Bar Plata que inmortalizó Félix de Cárdenas en uno de sus mejores cuadros.

¿Le parece insustancial y anecdótico manchar con aceite de papas fritas este espacio de opinión? Lo siento. Tómeselo como un relajamiento en esta semana de puentes. O como una pausa amable a la espera de saber que nos depara Italia. A ver si es allí donde llevan la papa. El problema no son las papas fritas, pobrecitas mías, sino los papa frita que pueden derribar o dañar todo lo tan trabajosamente construido desde la posguerra del 45, resucitando los peores fantasmas de la Europa negra y roja. Debería la Academia tomar cartas en el asunto y eliminar la acepción despectiva relacionada con el noble tubérculo.

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