Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

Polvos de estrellas

Sin aquellas noches oyéndole, el cine no sería algo tan importante en la vida de muchos de nosotros

Es difícil explicar a quien no lo vivió y más, en estos tiempos de podcast e internet, por qué, muchos jóvenes entre miles de oyentes, esperábamos cada noche a que terminaran los deportes en Antena 3, para escuchar hablar de cine a un encantador cascarrabias al que, si le preguntaban cómo estaba, contestaba siempre: “Fatal, por la situación mundial”. Pero es que Carlos Pumares, cuyo mítico Polvo de Estrellas–aunque estuviera anunciado a la una y media de la madrugada– empezaba cuando García decidía acabar su programa, amaba tanto el cine que nos hizo amar el cine.

Cada noche, mientras estudiábamos, nos desvelábamos o permanecíamos en un ligero duermevela porque nos aburría el deporte, nos despabilábamos al oír a Bing Crosby cantar Is in the stardust of a song, en una deliciosa versión del clásico Stardust de Hoagy Carmichael. Y a partir de ahí, una diaria epifanía cinematográfica. Pumares era una enciclopedia viviente. Alguien que, tras su habitual “Sí, buenas noches, dígame”, era capaz de dar el título de una película de la que el oyente sólo recordaba que un tipo llegaba a una iglesia abandonada y algo de un policía obsesionado con él. Pedía dos detalles más, nos descubría El fugitivo del maestro Ford y ya aprovechaba para glosar el “glorioso blanco y negro” de Figueroa y gritar su inconfundible: “Obra maestra absoluta”.

Sus especiales, fueran sobre el monolito de 2001, el western–maravilloso el de Duelo al sol las mejores bandas sonoras, el cine mudo, la edad de oro, John Ford, Tracy y Hepburn o Casablanca, eran auténticas lecciones magistrales de cine. O de música. Audrey Hepburn cantando Moon river. Como, afortunadamente, eran recurrentes, adorábamos volverlos a escuchar porque siempre eran distintos. Pumares atrapaba al oyente con anécdotas, curiosidades y sabiduría cinematográfica. Con él aprendimos a amar a los clásicos; que Ford, era el más grande y Wyler, Wellman y Hawks sus escuderos; que Wilder no existiría sin Lubitsch; que Hitchcock era único; que el tipo raro de El crepúsculo de los dioses era un genio del mudo llamado Von Stroheim; que Ordet era un milagro hecho película”; George Bailey, “la mejor persona del mundo” y Joseph Cotten, por quien nos hizo sentir devoción, “el actor que sale en más obras maestras”. Sé, que sin aquellas noches oyéndole, el cine no sería algo tan importante en la vida de muchos de nosotros. DEP, Carlos Pumares.

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