Esto es como machacar en hierro frío, que el buen fin no tiene futuro alguno. Me refiero al machacado asunto de los horarios de los partidos, ese apartado que maneja Tebas con Roures en la sombra. Aunque la palma hogaño se la llevó el calendario asimétrico que colocó el próximo Sevilla-Betis en el mismísimo Domingo de Ramos. Jugarlo ese día sólo es admisible si así lo ordena el sorteo del calendario, pero ponerlo a dedo es un disparate.

Y para disparate magno el de haber colocado el partido del Betis en Huesca a las nueve menos cuarto de una noche de enero. Como todos sabemos, uno de los puntos de la geografía española donde el invierno es más insoportable es Huesca. Pegada a los Pirineos, una noche de enero en la capital oscense exige vocación de esquimal para sobrellevarla. Y eso si la noche no viene con niebla, lo que no es descartable viendo cómo discurren los días de este año recién estrenado.

¿No había otra hora para jugar en la gélida Huesca? Dicen que quien manda manda y cartuchos al cañón, ya que de otra manera no se entiende esta decisión. En una banda horaria que comprende desde las siete de la tarde de este viernes hasta las nueve de la noche del lunes, fíjese si hay variantes para eludir la noche cerradísima junto a los Pirineos. O sea que el Betis, que ya le tocó jugar hace tres semanas en una pista de hielo luxemburguesa, tendrá que optar ahora por el pasamontañas.

En un abanico de setenta y cuatro horas bien podría haberse optado por una solución más lógica, pero en ese caso estaríamos hablando de otra cosa. Y el problema no está únicamente en el sufrimiento que padecerán los futbolistas, sino en el insoportable suplicio que es aguantar estoicamente en la grada. No sólo padecen con esta sinrazón los que cobran, sino que también se martiriza a los que pagan, a esos que lograron que el fútbol fuese lo que es antes de Roures&Co.