La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Icónica, la nueva tradición de Sevilla
A los corruptos y presuntos corruptos del PSOE les ocurre lo mismo que a las familias felices, según Tolstói: todos se parecen (los del PP, a su modo, también, pero hoy toca lo que toca). En todo esto del caso de las mascarillas hay un toque vintage que nos traslada a los años de nuestra dorada juventud, cuando Roldán se convirtió en el símbolo de la corrupción de un felipismo mitificado hoy hasta la carcajada. ¿Se han fijado en el parecido físico y moral entre Koldo y el ex director general de la Guardia Civil? Es inquietante. Después está el gusto por el puterío y el marisco de las camarillas de corruptos y presuntos corruptos, distanciadas en el tiempo pero no en su hedonismo de nuevo rico. Escribió con coña Primo de Rivera –era un articulista de muy finas maneras– que sólo conocía dos tipos de personas a las que le gustasen los cabarets: el joven señorito que jugaba a ser aventurero y el político socialista. La venganza de los segundos llegó décadas después, cuando fueron a molestarlo a su tumba.
Pero volvamos a la actualidad. Tanto el corrupto Roldán como el presunto corrupto Koldo han demostrado un especial interés por meter mano donde más podía dolerle a la sociedad: el primero en la caja de los huérfanos de la Guardia Civil en unos momentos en que los hombres de paz y progreso que luego liderarían Bildu practicaban la reconciliación del tiro en la nuca; el segundo (siempre presuntamente), en los contratos de unas mascarillas defectuosas cuando el virus globalista campaba a sus anchas.
Mención aparte merece el ex ministro Ábalos, al que muchos apuntan como parte de la trama de la que podemos estar conociendo nada más que la punta del iceberg. Ábalos es la estampa vintage por excelencia, con ese perfil entre cacique de la Restauración y picador decimonónico. Hasta su carrera, Magisterio, nos remite a un tiempo en que estos diplomados fueron la espina dorsal de un PSOE dedicado a la exhaustiva rebusca por toda España. Tanto que se habló de la “dictadura de los maestros”, que siempre será mejor que la del proletariado. Los sinvergüenzas no suelen ser sangrientos. Prefieren fornicar y la ingesta de langostas a matar. Esto último es para los fanáticos, políticos o religiosos.
No voy a ocultar un sentimiento de piedad hacia Ábalos, quizás me lo inspira esa masculinidad demodé que practica. Desde luego es más presentable que un delincuente como Carles Puigdemont, que está ahí tan tranquilo, esperando la amnistía. Prefiero que me roben la cartera a la patria.
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