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El lanzador de cuchillos

Quintero superstar

Era ya leyenda de la radio y la televisión mucho antes de morir, y eso, en un país de vecindonas, es un peligro

Hace unos años, a través de un amigo común, le propuse que participara en el espacio cultural que dirijo. A los pocos días, mi amigo vino con la respuesta: "Dice que quiere verte". Quedamos un miércoles a mediodía en Robles, a dos pasos de su casa sevillana. Se presentó vestido de Quintero y conversamos un buen rato antes de que diera el sí, que condicionó a que el acto se desarrollara en un teatro, con una iluminación adecuada y bajo una mesa camilla en la que no hubiese otro micrófono que su mítico Neumann dorado. Profesional hasta para dar una charla.

De aquella noche en nuestro foro, recuerdo sobre todo la presentación. Con mucha parsimonia recorrió la distancia que separaba el camerino del escenario, se sentó y, entornando la mirada, dijo: "Mi nombre es Jesús, mi padre era José, mi madre se llamaba María… y de pesebre andábamos cortitos". Por entonces las redes ya especulaban con la bancarrota del loco de la colina; por eso, José María Arenzana, quien fuera su guionista y partenaire en aquella velada, lo recibió a portagayola: "Quintero tiene muchísimos talentos, pero ninguno como su extraordinaria capacidad para arruinarse". Cuestión zanjada. La gente que abarrotó el teatro, disfrutó de un tipo seductor, introspectivo, desternillante. Una extensión del comunicador superlativo que, durante décadas, entrevistó a intelectuales y poderosos, pero también a los ratones coloraos, a aquellos que Ruibal imaginó salvándose del hundimiento del Titanic agarrados a la tabla del jamón.

Detective sin prisa, el vagamundo se agarraba al micrófono como un crooner del tercer mundo y llenaba el espacio con sus silencios. Era ya leyenda de la radio y la televisión mucho antes de morir, y eso, en un país de vecindonas, es un peligro: la chusma no respeta a nadie y menos que nadie a los maestros. Vetado por incorruptible, fue un hombre excesivo pero honesto, con la dignidad de la que carecen los mindundis -sus queridos hijos de puta- que, después de vomitar durante años la bilis de la envidia, vierten sobre su cadáver lágrimas de cocodrilo. El gran Manolo Reyes lo diagnosticó certeramente cuando el loco le lanzó esta provocación en una de sus memorables entrevistas: "¿Te molesta que te llamen El Jorobado de Notre Barbate?". Y Manolito Pozí, con los ojos muy abiertos y sosteniendo el cigarro como una diva de extrarradio, dibujó una mueca de fastidio antes de responder: "Jezú, en mi pueblo lo que hay es musha mala leshe".

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