EMBARBASCADO en la ilusionante cuenta atrás que rinde en Cardiff así que sea martes y la Iglesia conmemore a San Aniceto. Así se halla el Sevilla, que combina el trabajo en los despachos para que fructifique la llegada del manija con el sudor en la hierba para que a la hora de la verdad se haga realidad algo que parece indudable. Es lo de hacer valer el peso del estado físico para contrarrestar la superioridad que se adquirió a golpe de talonario.

Lo del golpe de talonario no es de exclusivo uso madridista, claro que no, pues todos van gastando dentro, y fuera, de sus posibilidades. Pero lo de que el rival del martes está técnicamente a años luz de la inmensa mayoría de los mortales es un hecho incontrovertible, de ahí que haya que usar el físico como arma que contrarreste ese desnivel. Y a fe que Unai y su tropa andan en esa frecuencia de sustentarse en el físico, según se alardea desde los propios intestinos del vestuario.

Estamos ante el agosto más tempranamente interesante de cuantos se recuerdan a estas orillas del Betis. Quizá demasiado pronto para un compromiso tan trascendente, pero hay que convenir en que dicha premura no le viene mal al Sevilla. Creo que tan madrugadora cita equilibra las fuerzas, aunque las del Sevilla se muestren tan altas que un triunfo frente al Realísimo sería sorpresa pero sorpresa menor, no de ésas que enriquecen a los apostantes más osados.

Faltan cinco días para que los relojes de Gales marquen la hora de salida y ahí llegará el Sevilla con muchas posibilidades de seguir apaleando plata. Sólo le falta al pastel la guinda del relevo de Rakitic para que la estrategia sea rentable y el equipo afine los modos y las maneras. Por lo demás, todo va según guión y con los días galopando de forma inexorable hacia una cita más con la ilusión, para esa ilusión que suele cumplirse gracias al secular pragmatismo sevillista.