Estamos ante una Liga tan igualada que se abre a la esperanza de que se rompa el duopolio de la misma forma que el Atlético de Madrid lo rompió de la mano del Cholo. Por lo pronto nos vamos al parón con el Sevilla como líder después de cuatro victorias consecutivas y de que los dos colosos no salgan de un traspié cuando sufren otro. De esa forma nos encontramos con el hecho de que haya ocho equipos en cuatro puntos y un puñado a la espera.

La jornada que nos dejó al Sevilla encabezando la tabla tuvo como hecho más significativo la derrota del Madrid en Vitoria, un hecho que no se producía desde antes de la guerra civil. Y aunque la guerra haya recobrado vigencia, de aquello ha pasado una barbaridad de tiempo. Pues ahí cayó el Madrid para tribulación de un Julen Lopetegui que ahora puede estar preguntándose que por qué dejó tirado a un equipo, el de casi todos, en vísperas de un Mundial. Ni más ni menos.

Tampoco pisa con fuerza el Barça, aunque empatar en Valencia nunca fue un drama, ni tan ridículo como caer en Mendizorroza. El tercer favorito se desembarazó de un Betis que le escondió la pelota todo lo que pudo para sucumbir en un zarpazo de Correa. Una derrota por la mínima en el Metropolitano tampoco suele tener vitola de drama, pero son éstos los momentos que aprovechan los francotiradores de guardia para poner el acento cuando el Betis pierde.

Y llegamos al meollo de la jornada, a cómo el Sevilla de Machín se encaramó al ático de la tabla para quedarse quince días... como mínimo. Con el Celta empezó sufriendo y acabó rentabilizando su poderío en ataque para no sólo cauterizar las heridas dolorosas de Krasnodar sino para decir aquí estoy yo en esta Liga tan abierta. Una Liga sin nada que ver con aquellas de los cien puntos que se ponían inaccesibles para todos aquellos que no fuesen Madrid y Barça.