Felipe González y Alfonso Guerra.

Felipe González y Alfonso Guerra. / Jesús Hellín

LA suerte está echada. Pedro Sánchez lo ha adelantado en la sede de las Naciones Unidas, será “coherente” con lo que entiende como una normalización de Cataluña. No lo ha explicitado, pero habrá amnistía, y ha aportado un primer argumento en la que puede basarse el razonamiento jurídico de la medida de gracia: “La crisis política nunca debió derivar en la Justicia”.

Suresnes se ha terminado, hasta aquí llegó el combustible de aquel ultimo congreso en el exilio. Sánchez ha dado el paso definitivo, habrá una brecha en el PSOE, pero será una más en la larga historia de este partido. Felipe González y Alfonso Guerra han intentado que su secretario general no fuese investido presidente del Gobierno a cambio del acuerdo con los independentistas, pero ambos carecen del suficiente crédito interno para provocar una revuelta, ni entre las bases ni entre los dirigentes.

Pudieron con Rodolfo Llopis, el líder de los socialistas en el exilio, en los años setenta, pero ahora son otros los jóvenes que vienen a doblarle el pulso. El PSOE no va a ser el mismo, es posible que sea peor y menos exitoso, pero desde la extrema derecha de la campana de Gauss ya no hay fuerzas para cambiar el devenir de la historia.

González recordó anoche en Madrid, pero sin esa intención, uno de los momentos más trágicos del PSOE cuando citó lo ocurrido entre Santiago Carrillo, el líder del Partido Comunista del último franquismo y de la Transición, y su padre, Wenceslao Carrillo, que fue un dirigente socialista madrileño hasta el final de la Guerra Civil.

Wenceslao, como otros tantos socialistas –entre ellos Julián Besteiro y Cipriano Mera–, apoyaron el golpe de Estado que el coronel Segismundo Casado dio contra el Gobierno de la Segunda República para acordar una rendición digna ante una guerra que ya sabían perdida después de tres años de resistencia. Ni Santiago Carrillo ni los comunistas, pero tampoco muchos socialistas, perdonaron aquel gesto final que tampoco obtuvo la benevolencia que pretendía. Fue el propio Alfonso Guerra quien se encargó de rehabilitar décadas después la figura de Julián Besteiro, que murió preso y enfermo en Carmona.

Anoche se firmó en Madrid una nueva tragedia socialista, ni mucho menos cruenta como la de 1939, ni tan decisiva como la protagonizada por Rodolfo Llopis y Felipe González, pero un trozo del PSOE se habrá desgajado para siempre.

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