La lluvia en Sevilla

Tasa al turismo

La tasa turística debiera destinarse a mitigar los efectos de la turistificación en Sevilla

Antes criticar la turistificación de Sevilla -cosa que practico a menudo; lo veo necesario- me gusta recordar que a veces soy yo la que visita otras ciudades, y me alojo en sus hoteles, visito sus museos, andorreo por sus calles. Cambiar el punto de vista, acordarse de que una también puede llegar a ser una turista y revisar cómo me comporto en ciudad ajena, me ayuda a aseverar cada cosa sin caer en incongruencias. Así que allá voy: yo he pagado con sumo gusto la tasa turística en Roma. Después de pagar seis euros por cada peroni que me he pimplado apalancada en la fuente de Santa María en Trastévere, los tres euros del impuesto me han parecido calderilla y, además, me han aliviado la conciencia después de las conversaciones con mis amigos romanos acerca de la putificación -lo llaman así- de una ciudad en la que las gaviotas han cambiado los pececillos de Ostia por los calamares a la romana de los veladores del centro. Suponen bien: estoy completamente a favor de poner una tasa al turismo en Sevilla.

No sé qué temen quienes se oponen a que se implante este tributo. ¿A que los turistas prefieran ir a conocer la Giralda de Portugalete por no pagar una tasa equivalente a una botella de agua en el hotel? He escuchado pedir que esa tasa se reinvierta en más turismo, en posicionar (sic) a Sevilla como el colmo de las ciudades turísticas. Yo comprendo que el sector mira por su negocio, pero, como vecina de esta ciudad, prefiero que esa tasa se destine a mitigar los efectos de la turistificación en nuestras vidas. De un tiempo a esta parte, los vecinos fijos de muchos patios han mutado en habitantes intermitentes que cada mañana tienen distinto rostro, y que ni friegan la escalera ni te prestan yerbabuena ni nada. ¡Como para avisarles, si hay algo de importancia que exija cierta movilización vecinal! De un tiempo a esta parte, muchos comercios locales han tornado en supermercados exprés, franquicias o bares que desmantelan el que allí había de toda la vida pero que lo imitan, en una especie de suplantación de lo real por lo falso con apariencia de real. Muta con ello, además, el precio de la cerveza. Qué menos que esa tasa se destine a pensar un turismo sostenible que no acabe con nuestra forma de vida. (Si, por el contrario, la tasa se emplea para seguir turistificándonos -me apunta con fina guasa un vecino del Arenal- que el Ayuntamiento, con lo que se recaude, nos compre a los sevillanos unos trajes de época -de contrabandistas, de gitanas, picaores, pícaros de Monipodio, palmeros de Eritaña, valentones de la Cruz Verde, de cabo navarro, de niños de Murillo…- para darle sabor al barrio mientras hacemos la compra o vamos camino del trabajo. ¡Me pido el de cigarrera!).

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