Trinidad Perdiguero

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Trabajadores de Las Cabezas de San Juan

El suceso ha mostrado una realidad que se aleja del mito de la Andalucía apática y subsidiada

Cuando ha pasado casi una semana del accidente de tráfico que, el 7 de febrero, le costó la vida a cinco vecinos de Las Cabezas de San Juan, el dolor se rumia en silencio en el municipio de 16.400 habitantes. Las televisiones se retiraron a otros sucesos y más de medio centenar de trabajadores de Monferra (Montajes Ferroviarios Andaluces S.L.) han vuelto a las obras que la empresa tiene por todo el país. La Guardia Civil y la Inspección de Trabajo investigan y se ha apuntado el debate sobre el estado de carreteras como la A-394, en la que se produjo el siniestro, o la A-477, que conectan autovías y usan muchos trabajadores para evitar los nudos de la capital. José Joaquín León lo recordaba en su artículo Carreteras de la muerte, el lunes.

Pero después del escalofrío por la noticia, que nos hace ponernos en la piel del otro y abrazar nuestras rutinas, Las Cabezas volverá a ser para la mayoría sólo el "pueblo del peaje" o, con suerte, el indicativo en la carretera que nos acerca a los días de verano y playas. Sin embargo, hay otro aspecto que la tragedia nos ha mostrado abruptamente: el de una realidad social y económica menos conocida en los municipios de la Baja Andalucía, a los que algunas veces se han desplazado reporteros de cadenas nacionales buscando imágenes que ilustren eso que vende tanto de la Andalucía subsidiada y el PER y su inmovilismo.

Si esos equipos de televisión hubieran aparcado en Las Cabezas, cualquier lunes al sol, y entrado en el bar de turno no habrían encontrado a Miguel Montenegro (48 años), a Manuel Rodríguez (38), a José Manuel Pérez (36), a Juan Bornes (32) y a Antonio Jesús Cortés (19) para dar su testimonio. No les habrían grabado consumiendo con los poco más de 400 euros del subsidio agrario, ni esperando el reparto de un jornal. Tampoco habrían encontrado, en Medina Sidonia, al transportista que se topó fatalmente con ellos cerca de Arahal. Habrían estado a cientos o miles de kilómetros. O descansando. El trabajo de la empresa de reparación y montajes de vías férreas se concentra en noches y fines de semana, para no interferir con los trenes. Es duro, por el material que acarrean. Ninguno de los cinco -que por sus edades representan a tres generaciones distintas- dejó pasar un empleo, unos ingresos, una cotización social decentes. Ninguno dejó pasar un futuro más estable. Como no lo hace la mayoría. Lo persiguieron, pese a la apatía que se le presupone tantas veces a este Sur difuso, atendiendo a estadísticas que no se ponen en contexto.

La tragedia nos ha dado a conocer que en los pueblos agrarios se abren paso empresas como Monferra, en trabajos especializados y que compiten a nivel nacional y fuera del país. Fundada hace una década por un utrerano, el Ayuntamiento de Las Cabezas le cedió una de esas naves de promoción pública, con periodo de carencia y alquiler simbólico después, para ayudarles a arrancar. La mayoría de los casi 70 trabajadores que tiene ahora son de la localidad. Lástima que esta realidad, como ejemplo de otras, no haya sido noticia. No es tarde para empezar a reivindicarla.

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