¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Viaje de invierno

Ya desde el Culebrín nos adentramos en una niebla que nos acompaña por dehesas y navas El artículo de Navidad

HABÍA imaginado un día soleado de diciembre, de esos en los que el mundo parece recién inventado. Sin embargo, ya desde el Culebrín nos adentramos en una niebla que nos acompaña por dehesas y navas hasta llegar al Espartal. No podía ser mejor metáfora para un viaje de invierno que tiene mucho de elegía, de endecha fúnebre, pero también de canto de agradecimiento, de aleluya final y glorioso. Sobre todo para CA, que encara la despedida con esa eficacia alegre y tierna que la caracteriza. Las mujeres extremeñas son de una sola pieza, de eso no me cabe la menor duda.

El viaje de invierno me sirve para ratificar algo que hace tiempo aprendí: la profunda relación de las personas con los lugares y los objetos inanimados. Lo vemos en ese viejo abrigo heredado de un abuelo. Uno se lo pone los pocos días de frío del sur y se siente un poco disfrazado, como si llevase una armadura medieval o un jubón de terciopelo verde. Pero al mismo tiempo experimenta la secreta satisfacción de rebelarse contra la tiranía actual de la moda –una de las pestes de nuestro tiempo–, de dar buen uso a paños que todavía son útiles y elegantes. Es lo que algunos llaman sostenibilidad al mismo tiempo que cada año se compran un chaquetón nuevo de alguna multinacional con marketing ambientalista.

Los objetos y los lugares nos unen a los muertos. Como ese antiguo esteroscopio por el que miramos un salón de Versalles. Aparece en relieve una regia lámpara de araña y sabemos que estamos observando el mundo con la divertida curiosidad de una señorita de provincias de hace un siglo. O como cuando entramos en una habitación y aún sentimos la radiación de fondo de la persona que la vivió en un tiempo pasado, incluso puede que quede algo de su ropa o cualquiera de los artilugios que usaba para acicalarse.

En el viaje de invierno van sonando los topónimos que configuran toda una geografía sentimental que tardará mucho en borrarse: Montijo, Alburquerque, LaNava de Santiago, La Roca, Villar del Rey... nombres de la España de frontera que quedarán como un regadío de la memoria, como pasto para las conversaciones familiares, como un recuerdo neblinoso de nuestras hijas, que algún día hablarán de estos campos con palabras envueltas en gasa. Atrás quedarán los regatos, la cañada, los rebaños de borregos, las ruinas del molino y la zahurda, la piscina y sus sombrillas que dan un contrapunto pop a la rusticidad del cortijo. Todo eso quedará atrás y sólo nos queda la elegía, sí, pero también un canto de alabanza, de agradecimiento por tantos dones recibidos. Laus Deo.

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