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César Romero

Vivir en gerundio

Bien mirado, si algún tiempo verbal se acomoda a la vida es el gerundio

01 de mayo 2020 - 07:59

El pobre gerundio, siempre con mala fama. Como en ese dicho popular donde parece una orden, un insulto, algo ingrato ("andando, que es gerundio", por ejemplo). No digamos ya para lectores exquisitos o entre esos lectores profesionales que son los críticos, que aun los cuentan en cualquier novela para restregárselos al sufrido escritor, como si el gerundio no perteneciera al idioma, fuera algo malsonante o de baja estofa, o nuestros novelistas mayores, Cervantes y el zarandeado Galdós, no abusen de este tiempo verbal.

Y bien mirado, si algún tiempo verbal se acomoda a la vida es el gerundio. Ahora estoy escribiendo, y respirando, y mirando el ordenador a resguardo del aún tenue sol sevillano, y supongo que pensando. La vida se va haciendo. No existe el pasado ni el futuro sino el presente, han dicho muchos poetas y filósofos, y el presente sólo es presente en gerundio, en este segundo que estoy nombrando, porque una vez nombrado ya es pasado y mientras no lo esté nombrando es aún futuro. Así que sí, vivimos en gerundio, pero la vida necesita otros tiempos verbales. No se puede estar en ese tiempo permanentemente.

El confinamiento por la fastidiosa pandemia nos está demostrando, en gerundio, claro, porque no acaba de pasar, que la vida no soporta el presente continuo, que ni siquiera las situaciones dichosas pueden prolongarse en un tiempo que nunca acabe de pasar, que siempre esté ocurriendo. Quien se está divirtiendo, en una fiesta con amigos, escuchando un disco, preparando una comida; quien está enamorado hasta las trancas y cree que esa dicha suya nadie la ha conocido y desea que nunca acabe; quien tiene la iluminadora y rara capacidad de percibir, aún dentro de él mientras lo está viviendo, que vive un instante que está siendo único, sabe que hasta la dicha, el momento más feliz y pleno, tiene que pasar para que sea verdaderamente así, que mientras no pase no será vivido como uno de los hitos culminantes de su existencia. Y quien está padeciendo una enfermedad, o viviendo una situación dolorosa, angustiosa, no podría soportar esta vida si no albergara la esperanza de que pase, de que el gerundio se convierta en participio y luego en pretérito imperfecto y luego, por fin, en pretérito perfecto.

De ahí la extrañeza de estas semanas en las que la vida parece que no pasa, que vive un estancamiento al que el gerundio le va que ni pintado. Nada humano se entiende sin contar una historia, y toda historia necesita un fin. Si no acaba, nunca la entendemos, se queda en un raro limbo. Como esos cuadros u obras inacabadas, que pueden tener su gracia pero no logran decirnos nada. Como esos inéditos que se estaban escribiendo, que mejor no haber publicado. Las acciones tienen que convertirse en hechos, la agenda en acta, si no nada humano se entiende ni, en el fondo, tiene sentido. Hasta la vida eterna, caso de existir, debe pasar. De lo contrario, por lo menos conmigo que no cuente.

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