Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Valencia: lecciones del horror
DEL Averiguador Vargas y su Museo de Palabras y Refranes he aprendido muchas cosas en mi vida. Cosas útiles, como los bolígrafos o el yogur, que diría Roberto Bolaño. Una de ellas, por ejemplo, es la estrecha relación entre las palabras claque y alabardero. De hecho, este segundo término, que normalmente se usa para identificar a los soldados que van armados con alabardas, también servía para señalar a aquellos que acudían antiguamente a los teatros para, previo pago de unas modestas cantidades, aplaudir a rabiar a los autores y actores. Es decir, los que formaban parte de una claque. Estos alabarderos en el sentido dramático de la palabra ya han desaparecido de los teatros. Hoy en día, salvo muy honradas excepciones, todo el mundo bate gratis las palmas con entusiasmo en los patios de butacas de la nación, sencillamente porque eso que llaman “la cultura” se ha convertido en algo sagrado y todo el mundo teme quedar de fascista si no dice amén a lo que le dictan los sumos sacerdotes del artisteo. ¿Para qué pagar lo que ya tenemos gratis gracias a la estupidez comunal? Dirán los productores y empresarios teatrales. Vivimos en un país que ya no necesita a esos alabarderos (tanto que hasta el corrector de mi ordenador me señala la palabra como desconocida).
¿Pero, por qué se denominó en su día a los aplaudidores profesionales como alabarderos? El Averiguador Vargas lo tiene claro: los reyes de España solían acudir escoltados por estos soldados a los espectáculos públicos. También a los toros, donde la tropa armada con alabardas servía para defender al monarca en caso de que el morlaco consiguiese llegar al palco, algo que ocurrió, al parecer, en una corrida celebrada el 26 de enero de 1878. Los Borbones siguieron con esta costumbre hasta la lidia con la que se celebró la mayoría de edad de Alfonso XIII, el 21 de mayo de 1902. Aplaudidores y alabarderos se parecían en que protegían a sus señores (dramaturgos, actores o monarcas) de sus adversarios.
Por lo visto en los últimos días, en los que se han registrado algunas oscuras maniobras en internet y Twitter para desprestigiar a la Familia Real, yo recuperaría la figura de los alabarderos, no sólo para hacer guardia en el Palacio de Oriente (como siguen haciendo para deleite de los amantes de los uniformes antiguos), sino para cubrir a Su Majestad en los actos públicos a los que acudiese. Cada vez es más evidente que Felipe VI tiene enemigos dispuestos a aprovechar sin escrúpulos los momentos de confusión que vive España para hacer realidad sus fantasías republicanas. Y si, además, esta infantería dieciochesca también sirve para aplaudir al soberano, pues mejor que mejor. No sobrará ninguna palma en los próximos tiempos.
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