Armani

08 de septiembre 2025 - 03:10

El diseñador Giorgio Armani ha fallecido y su desaparición nos obliga a mirar por un momento atrás y considerar su extraordinaria obra y cómo definió una época, los últimos cincuenta años, desde que en 1975 fundó su empresa. Pero si miramos con cuidado nos daremos cuenta de que no salió de la nada. Que caminaba a hombros de gigantes, como dijo Isaac Newton. Armani durante estos años ha sido la parte emergente del inmenso iceberg que representa el diseño italiano y más directamente de la marcha imparable de una sociedad que, consciente de toda su historia, a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial demostró al mundo que industria y diseño, que empresa y arte podían ser soportes de la misma idea. Es la Italia de los Ferrari, de los Agnelli, de Enrico Piaggio y el ingeniero Ascanio para crear la Vespa, de Olivetti y sus icónicas Lexicon 80 y la Lettera 22 diseñadas por Marcello Nizzoli, que llenó todas las oficinas europeas con su carcasa curvada en chapa esmaltada en un tono verde grisáceo inconfundible.

Ese es el mundo que el joven Armani encuentra en Milán y su universidad, donde puede asistir a las representaciones del Piccolo de Milano de Giorgio Strehler y Luciano Damiani, convivir con las lámparas y muebles de Achille Castiglione y sobre todo con la obra inmensa del exquisito artista y diseñador Bruno Munari, que era capaz de definir la imagen gráfica de la importante editorial Enaudi y concebir los escaparates de los grandes almacenes La Rinascente, junto al Duomo, donde comenzó a trabajar como escaparatista un muy joven Armani. Es el momento del encuentro con el diseñador y empresario textil Nino Cerruti, su maestro y mentor, con el que aprende todo lo que hay que saber sobre los tejidos y las formas para un nuevo tiempo, las últimas décadas del siglo XX, los años de la posmodernidad que aún nos definen, el tiempo del individualismo y la subjetividad, de la deconstrucción y el hedonismo, de la imagen del momento y cómo vestir para una jornada de ocho horas en una oficina y a la vez ser elegante luciendo la misma ropa en los famosos aperitivos milaneses previos a la cena, tomando un Campari o un cóctel en los locales cercanos a la Academia de Brera, la Scala o la Galería Vittorio Emanuele.

Armani recoge el hilo invisible que nos lleva desde la petite robe noir de Coco Chanel y su ropa deportiva en tejido de punto que utilizó en Le Train Bleu de los Ballets Rusos de Diaguilev en los años veinte, hasta las nuevas siluetas de Dior de la posguerra y los smokings femeninos de Saint Laurent y lo lleva a su máxima expresión de elegancia y colorido, con las necesarias innovaciones, las justas, para definir una época. Bruno Munari nos dijo que el artista sueña con llegar al Museo y el diseñador sueña con llegar a las tiendas de nuestra ciudad y del mundo. Giorgio Armani consiguió ese sueño.

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