¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Otro bar en La Moneda

El abandono de La Moneda se debe a una suma de desatinos empresariales, municipales y judiciales

Entonces no estaba de moda el vermú, pero allí se bebía abundantemente, con un golpe de sifón o bautizado con ginebra, una rodaja de limón y servido en vaso de caña. El antiguo bar La Moneda era un lugar interclasista donde se juntaban Agamenón y su porquero. Catedráticos y estudiantes de letras, empleados de banca, leguleyos, zánganos de toda laya, hidalgos melancólicos y proletas de azul mahón daban a la Moneda ese ambiente destartalado y confuso que tienen los mejores bares de Sevilla, un lugar donde era posible la utopía social durante media hora, el tiempo necesario para la ingesta de dos tanques antes de irse a casa a comer. Su clausura fue para muchos el clarín que anunció el final de la dorada juventud. Antes, había dado sus últimas bocanadas como garito reformado. Lo limpiaron, lo decoraron, despidieron a los camareros históricos de motes aristocráticos (el Polaco, el Mono, el Curro Romero) y, a los nuevos, les pusieron polos impolutos y rostros barbilampiños. Fue la debacle. El bar cerró al mismo tiempo que el edificio que lo acogía, un elegante ejemplo del barroco civil sevillano del XVIII con retoques decimonónicos, obra de Sebastián Van der Borcht, el mismo ingeniero militar que diseñó la portada de la Fábrica de Tabacos, la que corona la Fama esculpida por Cayetano de Acosta: Flandes, Portugal, Indias... la Sevilla cosmopolita no la inventaron las low-cost. Por qué este inmueble luce hoy decrépito y fantasmal, velado por unas funerarias mallas negras para evitar desprendimientos, es asunto que merecería una enciclopedia, más que las líneas apresuradas de este "opinador en superficie". Baste con decir que una larga cadena de avaricias empresariales, lentitudes judiciales e ineptitudes municipales han provocado lo que puede ver cualquier paseante, incluso el más despreocupado: un monumento a la desidia y al abandono en la zona cero de la Sevilla americanista, esa con la que se les llena la boca continuamente a los poderes soberanos y fácticos.

El pasado martes Manolo Ruesga contaba en este Diario que la Comisión de Patrimonio (cuerpo a tierra) ha autorizado ahora la apertura de un bar en La Moneda, justo en el mismo local que el antiguo. Que nadie ponga el champaña a enfriar. Probablemente el nuevo negocio no tendrá nada que ver con el viejo y caótico tascón en el que se confundían estados y haciendas, sino más bien con alguna franquicia tipo Kentucky Fried Chicken o, peor aún, con uno de esos bares-simulacro de decoración artificiosa que están pensados más para los clientes de un solo día que para los devotos parroquianos. Esos pájaros hace ya mucho tiempo que levantaron el vuelo y migraron a otros lugares.

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