De botellonas y fiestas populares

Del 'derecho' a la botellona defendido con violencia a la urgente 'necesidad' de recuperar las fiestas populares

01 de septiembre 2021 - 01:45

Los jóvenes batallan con la policía para defender su derecho a la botellona. La cosa viene de lejos. Recuerdo altercados botelloneros en Sevilla desde los años 80: la Policía llegó a cortar el tráfico en las calles tomadas por los mozos y mozas para evitar conflictos, los vecinos huyeron de las zonas infectadas por la botellona y algunas cofradías cambiaron de itinerario para evitarlas. En este duro año y medio de pandemia el confinamiento y las posteriores restricciones parecen haber exasperado a quienes consideran un derecho amontonarse para beber en espacios públicos. Y no un derecho cualquiera, sino uno tan importante para sus vidas como para enfrentarse en batallas campales a la Policía y la Guardia Civil. Hay quienes dicen que la solución sería la reapertura total del ocio nocturno. Falso. En las décadas de movida botellonera que llevamos ha estado abierto y ya sea por precios, moda, capricho, gusto por fastidiar o todo a la vez las botellonas no han cesado. Incluso se crearon botellódromos para intentar que se celebren en las mejores condiciones higiénicas posibles y con la menor molestia a los vecinos: inútil porque ensuciar y molestar es parte fundamental de la diversión.

"La pandemia reinventa y generaliza la vieja práctica del botellón -leo en La Vanguardia-. Barcelona, en parte por la contribución de un turismo low cost que acude a la ciudad a partir del reclamo de que aquí todo está permitido y que el incivismo sale gratis, ha acaparado la mayoría de los focos mediáticos. Pero sería falso afirmar que el botellón es un hecho diferencial barcelonés. En Bilbao las grandes concentraciones de las últimas semanas suelen acabar con altercados que recuerdan vagamente a otros tiempos de mayor politización en el País Vasco". Cierto: la cosa toma a veces el aire de una kaleborrokabotellón.

Encuentro también llamativo que la recuperación de las fiestas populares sea una cuestión prioritaria. Son perfectamente comprensibles, en culturas como las nuestras, tanto las ganas de divertirse como la importancia de los ritos colectivos. Y aún más la necesidad de reactivar la economía de un país en el que el turismo y la hostelería son esenciales. Pero la necesidad de quemar ninots, sacar procesiones, celebrar ferias, correr toros o celebrar fiestas patronales apenas salidos del riesgo extremo y con 146 muertes el pasado fin de semana, lo confieso, me desconcierta.

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