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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Se busca palacio en Sevilla

Los susurros anuncian la verdad sabida, la nueva decadencia, los relatos sobre el nuevo ciclo en todo un icono

El interior del Palacio de la Motilla

El interior del Palacio de la Motilla / M. G. (Sevilla)

En las noches de la última Semana Santa se oteaba el sereno bullicio de siempre. Ningún vidrio, ninguna algarabía, ningún comportamiento inadecuado. Pero sí la presencia de muchos jóvenes y el recuerdo de la marquesa, la señora que cedía los candelabros de bronce para los besamanos de la Virgen de los ojos verdes y ocupaba banco preferente en las grandes ceremonias en la Anunciación y, por supuesto, en las que se celebraron en la Catedral. Alguien susurró entre los testigos mientras se hacía el silencio al paso del Señor Despreciado: “El año que viene habrá copas de balón cuando pase la Amargura”. Y aquella premonición sonaba a relato preciso de la decadencia que ni contado por Agustín de Foxá al describir la transición del Madrid de Alfonso XIII al republicano de Azaña. “El año que viene…”. Quizás por eso hay quien busca nuevo palacio desesperadamente, incluso el que no puede pagar y, por tanto, el que nunca podrá habitar. Los palacios, ay, son caros de comprar, carísimos de mantener e imposibles de legar en la mayoría de los casos. España es un país donde los hijos de hoy no pueden mantener el estatus de sus padres. Este diciembre se anuncia en susurros el cambio de manos de un palacio inminente y definitivo. Se comenta en los cenáculos de la Sevilla reducida, minimalista y ombliguista de las barras de los clubes, de las antesalas de los despachos de notarios y en las salas de espera de ciertos abogados de renombre. “¿Tú sabes que ya en enero…?”. En enero, sí, entra el nuevo propietario. En enero… Y el caballero maestrante entristece el semblante como aquel último señorito descrito por Manuel Barrios en su novela por antonomasia, sin menospreciar la brillante dedicada a Queipo. En enero aparcará el nuevo dueño su todoterreno donde siempre ha dejado el marqués su coche. Y el marqués está feliz, satisfecho, contento con la operación. Pero no su gente, o alguna de su gente. En enero llega el nuevo propietario. Ay, el dinero ha cambiado de manos, que se decía en la Transición. Busquen palacio, busquen posada, como buscaba Tarzán y su (…) madre un piso en Alcobendas. Cuesta un mundo mantener el nivel de nuestros antepasados. Málaga manda en San Telmo. Córdoba en el Palacio de la Motilla.

Sevilla es cada día más Madrid pero con la piruleta de la Agencia Española del Espacio. En Madrid nadie es de Madrid pero todos quieren deslumbrar en la Villa. En Sevilla cada vez brillan menos los sevillanos, que siempre aguardan como bandoleros indolentes que, al final, dejarán caer las piedras de un gélido desprecio sobre la diligencia de corceles alocados… Se busca palacio para compensar la grandeza perdida como en un Adviento a lo hispalense. Y, al menos, dicen que les dejaron aparcar en la calle Circo, junto a la misma Puerta del Príncipe, una noche de colapso en un centro invadido de turistas en bares con cola de espera, camareros tuteadores, mesas sin manteles y mucho Aperol. Siempre nos quedará la Maestranza y sus vasos de cristal fino con derecho a servilleta de tres dobleces, no la pretenciosa copa de balón y la servilleta frágil de papel.

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