La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Icónica, la nueva tradición de Sevilla
Calle Rioja
A la misma hora que en Ferraz por fin Pedro Sánchez se sacaba la palabra amnistía de la chistera, Alfonso Guerra concitaba el entusiasmo de quienes asistían en la carpa principal de la Feria del Libro de Sevilla a la presentación de su libro La rosa y las espinas. El tiempo lo convierte todo en melancolía. Este domingo 28 de octubre de 2023 coincidían un ramillete de aniversarios. En los cincuenta años del debut de Johan Cruyff con el Barcelona (goleada por 4-0 al Granada), el equipo azulgrana perdía con el Madrid. Justo 41 años del triunfo socialista en las elecciones generales de octubre de 1982, Alfonso Guerra aparece como un verso suelto, libre como el viento, orillado por los incondicionales que se deshacían en aplausos al actual secretario general. Guerra también goleó hace cuatro décadas y un año. Pedro Sánchez necesitaría de los 33 escaños de Vox para superar a duras penas los 202 que consiguió el PSOE el 28 de octubre de 1982.
Alfonso y Borbolla en la carpa de la Feria del Libro. Una pareja que me recordaba a los presentadores con los que tuve el privilegio de contar hace casi dos décadas en la presentación de El rayo verde, la biografía de Rafael Gordillo. Borbolla era el mismo Pepote. El Alfonso de entonces no era Guerra sino Alfonso Pérez Muñoz, el futbolista del Betis, Madrid, Barcelona y la selección española cuyo nombre ha sido destronado del estadio del Getafe por el comisariado de lo políticamente correcto.
Alfonso Guerra y José Rodríguez de la Borbolla tienen en común que comparten la asignatura pendiente de no haber conseguido ser alcaldes de Sevilla, uno de sus anhelos incumplidos. Guerra cuenta que el Partido le tenía reservados otros quehaceres y Borbolla perdió las primarias con Alfredo Sánchez Monteseirín. De la carpa salían algunos guerristas, epíteto que ahora es pura arqueología romántica, como decir etrusco o mesopotámico. Afines como Fermín Caballero o Paco Moreno. El primero formó parte del primer Ayuntamiento democrático tras las municipales de 1979, ese triunvirato municipal que confió la Alcaldía al andalucista Luis Uruñuela. Paco Moreno, bético, macareno, fue el más fiel ariete en uno de los dos mandatos de Manuel del Valle al frente de la Alcaldía.
Mucha gente se iba desde la carpa hasta la caseta de La Botica de Lectores donde el autor de La rosa y las espinas iba a firmar ejemplares de su libro. El político que fue librero en la librería Antonio Machado. Alfonso Guerra, que comparte con Mañara el desdén a los palacios y el desapego de los lujos que mamó en sus años de niñez en la calle Rastro, tiene un doble nexo con el fundador del Hospital de la Santa Caridad. La primera sede de su librería estuvo en la calle Miguel Mañara antes de trasladarse a la calle Álvarez Quintero, vecino de Robles y Carande. Y muchos años antes, fue alumno de un colegio que estaba en la casa-palacio donde nació Miguel Mañara, que casi cuatro siglos después de su muerte tiene su expediente de beatificación en lo que André Gide llamaba los sótanos del Vaticano.
A los tres ex concejales (Caballero, Moreno, Borbolla) se unió Antonio Cascales, el muñidor de tantas campañas electorales, que además de su dedicación a la publicidad ha tenido una próspera carrera literaria con novelas como Los tornadizos o Rodafortuna. Guardo dedicada La Sevilla americana, con prólogo de don Mozo (Antonio Mozo Vargas), publicada un par de años antes de que Sevilla descubriera las Américas de la Expo. Hay una fotografía con las grúas y los andamios de la Torre Triana, el edificio obra del arquitecto Sainz de Oiza.
Dos mujeres salían de la carpa. Eran Carmen Reina e Ingeborg, la esposa alemana de Antonio Cascales. La que le permitió cuando contrataba a músicos checos en su agencia de conciertos encontrar la trama de su novela El cuarteto de Praga, como le contó en su entrevista a Luis Sánchez-Moliní. Una de ellas dijo que buscaban una farmacia. Ante la alarma de sus interlocutores, se refería a La Botica de Lectores, la librería que tomó el relevo de la histórica Reguera y donde firmaba Guerra.
28 de octubre. Aniversario del triunfo socialista, del debut de Johan Cruyff. También de la muerte de Rafael Alberti (el año que viene serán 25) y del cese de Javier Clemente como seleccionador nacional después de perder contra Chipre. Un 28 de octubre de 2007, 25 años después de la goleada socialista en las elecciones, se inauguró el Metrocentro, que en su denominación suena al tranvía de la UCD. Los únicos vagones que ahora funcionan en la Plaza Nueva son de libros. Guerra, sevillano de 1940 (la misma quinta de Antonio Cascales) firmaba en una caseta donde figuraban ejemplares de Por un penique de fresas, de Enrique Sánchez, un viaje andaluz de dos de los Beatles. Uno de ellos, John Lennon, nació el mismo año que Guerra y Cascales. A unas señoras les sorprende la cantidad de gente que rodea la librería. Una se asoma y dice: “¡Es Suárez!”. A Alfonso Guerra, hace cuarenta años ese equívoco con el que él mismo llamó tahúr del Mississipi le habría escandalizado. Hoy, cuando la nueva política demoniza la Transición, se lo tomará como todo un elogio.
La cola de Guerra se mezclaba con la de su compañera de caseta, Mercedes Ron, una argentina afincada en Sevilla y nacionalizada española que firmaba ejemplares del libro 10.000 millas para encontrarte. La cola de sus lectoras (público mayoritariamente femenino) llegaba hasta la parada de taxis del Hotel Inglaterra. Fue superventas con una trilogía, Culpable, inspirada en un videoclip de Taylor Swift, nacida en 1989 cuando Guerra era vicepresidente del Gobierno, Manuel del Valle alcalde de Sevilla y Borbolla presidente de la Junta. Alfonso Garrido, que también asistió a la presentación con Irene, su esposa, encarnó ese año a Baltasar en la Cabalgata de Reyes Magos.
Guerra, el hombre que recibió a Paz (Octavio) en el congreso internacional sobre Luis Cernuda, seguía firmando libros junto a Mercedes Ron. Borbolla, Fermín y Paco Moreno hacían un alto en la Flor de Toranzo. Pepote evocaba una película de Truffaut, Besos Robados, y Rogelio Gómez, Trifón, alcaide del local, recordaba un ejemplo de convivencia: el de los béticos Ventura Castelló, represaliado por el franquismo, militante del PSOE (histórico) y Petralanda, en sus antípodas ideológicas, pero unidos por un sentido de la fraternidad que ya no existe ni en los nostálgicos de la Revolución Francesa.
En la Plaza Nueva no cabía un alfiler. San Fernando escrutaba lectores, curiosos y escritores. El alcalde, José Luis Sanz, paseaba por la Plaza Nueva acompañado de su particular Paco Moreno, Juan Bueno, el concejal que fue seise y regresó al Ayuntamiento. El vellocino de oro que se les escapó a Guerra y Borbolla, a dos pasos de Sierpes, a un AVE y un taxi de Ferraz.
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