La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Los chorritos de la expo

Los bares ya rescataron el sistema de bioclimatización de la Cartuja sin necesidad de fondos europeos

Vamos a recuperar el microclima de la Expo. Nos dijeron que el precedente eran los patios árabes, después que el modelo de Sevilla se exportó a otras capitales europeas y ahora que volveremos a disfrutar del sistema en la Cartuja gracias a cinco millones que nos ofrece la siempre generosa Europa, la misma que nos mete en el furgón de los pobres pero que no nos deja morir. Misericordia se llama. La verdad es que el microclima de la Expo nunca dejamos de disfrutarlo. Hace unos años que revivimos ese frescor gracias a los bares que colocaron los chorros de agua vaporizada en las terrazas. Mientras la ciudad se afanaba en expandir el urbanismo duro, esas plazas moscovitas donde parece que, como el Imperio, nunca se pone el sol, los bares demostraron estar a la vanguardia y buscaron toldos, parasoles y el imposible de rebajar los grados de temperatura. Los bares aplicaron la innovación para que los guiris pudieran seguir yantando paellas de arroz hidrolizado y tinto de verano con azúcar vendido como sangría. Perdimos una ristra de pabellones, el telecabina, el monorraíl, el espectáculo del lago, la cabalgata, la Andalucía para niños y otros atractivos, pero el microclima se ha mantenido gracias a la tercera modernización del tabernerío, que son los bares, gastrobares y otros establecimientos con terrazas que escupen agua y te obligan a limpiar las gafas cada siete minutos. No hay mejor forma de que algo no se pierda en Sevilla que vincular su existencia a los bares. Tanto largar del exceso de veladores, los ruidos, la falta de oficio del personal, la burbuja de la hostelería y otras gaitas, y resulta que los bares han rescatado y mantenido ese sistema que ahora llaman bioclimatización y que son los chorritos del Laredo, los chorritos del Cairo, los chorritos del Giralda y sigan ustedes con esa letanía. La Exposición Universal era lo más moderno, Curro era el icono de la Sevilla del futuro, la Isla de la Cartuja el paraíso de la fibra óptica y, al final, resulta que de todo aquel 92 queda una versión vintage, un pasto para el cultivo de la nostalgia, un territorio rancio. En Sevilla la nostalgia es el envoltorio más eficaz para no caer en el olvido. Recordamos la Expo como la etapa idealizada en la que éramos más jóvenes, como aquellos maravillosos años en que el Estado nos mimó, como los días en que estuvimos a la misma altura de la Barcelona olímpica, como la ciudad que recuperó del armario los trajes apolillados de sus días más grandes. No hubo continuidad, nos dejaron desde entonces fuera de las grandes inversiones. Por eso la Expo se ha convertido en un motivo de nostalgia. Y celebramos la recuperación de los chorritos como el que se reencuentra en el altillo con aquella vieja toalla de Curro. Y sonríe para sí mismo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios