Alas 18:15 del jueves 9 de mayo de 1940, tuvo lugar una importante reunión en Londres, en el número 10 de Downing Street. Arthur Neville Chamberlain, a la sazón primer ministro conservador británico, había convocado a esa hora a la sede del Gobierno a Clement Attlee, líder del Partido Laborista, para hablar sobre la conveniencia de formar un gobierno de concentración nacional que pudiera hacer frente con garantías a la Alemania nazi; y ello porque, tras siete meses de guerra, las cosas no podían ir peor para los intereses británicos. Después de la invasión de Polonia y de sucesivas derrotas en el mar, se acababa de producir lo que históricamente se conoce como el Desastre de los Fiordos, severa derrota aliada que abrió de par en par las puertas de Escandinavia a los nazis. También, por aquel entonces, estaba a punto de desencadenarse la gran ofensiva relámpago -la Blitzkrieg- que daría a Alemania en pocas semanas el control sobre casi toda la Europa continental.
Tras salir de la reunión, Attlee se dirigió a Bornemouth donde se celebrara aquellos días el congreso del Partido Laborista y desde allí, a la mañana siguiente, envió a Londres una contestación clara y directa, como requería el caso: entrarían a formar parte de un gobierno de concentración con los conservadores pero nunca con Chamberlain de Primer Ministro. Esa misma tarde, el 10 de mayo, Chamberlain presentó su dimisión al Rey, quien encargó la formación de gobierno a Winston Churchill, un Gobierno, del que formaría parte Attlee y otros laboristas y que, tras 5 años de dura lucha, llevó a Gran Bretaña a la victoria total sobre Alemania y a Attlee al poder en 1.945, tras las primeras elecciones que se celebraron después la guerra y en las que derrotó con claridad a Churchill.
Vivimos en España -todos lo sabemos bien- una situación de emergencia nacional y parece mentira que nuestros políticos, anclados como están en el tacticismo, no den inmediata y satisfactoria solución a la encrucijada en la que nos encontramos. No hace falta ser un lince ni un fino observador para advertir que tenemos ahora mismo a dos peligrosos enemigos a las puertas de nuestro país. Por un lado, un populismo bolivariano que no es ni de izquierdas ni de derechas sino antisistema, y que pretende deconstruir piedra a piedra nuestro régimen de libertades para sustituirlo por una "democracia popular" que subordine todo, incluso la vida de las personas, al totalitarismo que se pretende establecer; y por otro, un independentismo disgregador que, disfrazando de identidad nacional su insolidaridad, nos conduce irremisiblemente al enfrentamiento total de unos españoles contra otros.
Y ante esta situación de emergencia nacional, parece de sentido común que los dos principales partidos del país, esos que nos han permitido alcanzar las más altas cotas de bienestar de nuestra historia, y que han liderado la total transformación de España hasta convertirla en uno de los países con mayor nivel de vida y de renta del mundo, se dejen de tonterías y se entiendan, poniéndose de inmediato manos a la obra para formar pronto un gobierno común que permita poner al día en cuatro años nuestra superestructura política y desactivar al mismo tiempo a los enemigos que nos acechan.
Nada diferente, por otro lado, de lo que ocurre en nuestro entorno donde casi la mitad de los 27 países que integran la UE tienen un gobierno de coalición entre los dos grandes partidos; países tan importantes como Alemania con una canciller conservadora al frente, Austria con un canciller socialdemócrata, Holanda, con un grave problema de populismo como nosotros, y donde gobierna un primer ministro conservador, Italia, con el mismo problema, donde gobierna un primer ministro progresista, la República Checa con un primer ministro socialdemócrata, Irlanda con un primer ministro conservador o Suecia con un primer ministro socialista -todos ellos, por cierto, los ganadores de sus respectivas elecciones- y ello porque, en Europa, salvo en los países con un sistema electoral de doble vuelta como Francia, o mayoritario como el Reino Unido, las mayorías suficientes para gobernar de un solo partido son rara avis y hace tiempo ya que pasaron a la Historia.
Por eso, y porque además debemos cerrar ya de una vez el ciclo que iniciamos con la Constitución de 1.978, es necesario que los dos grandes partidos se pongan de acuerdo urgentemente. No nos podemos permitir otra cosa y todos debemos ahora remar en esa misma dirección. Con ello, tendremos la tranquilidad que nos permita continuar con nuestro itinerario vital en paz y con la estabilidad que necesita ese gran proyecto común que se llama España.
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