La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Un cocido muy selecto a 60 euros

Madrid ha salvado Lhardy gracias a la iniciativa privada, pero las mejores calles de Andalucía están entregadas a las franquicias

Lhardy

Lhardy / M. G. (Madrid)

Pasear por las principales calles de las capitales andaluzas es recordar con nostalgia los negocios que fueron sacrificados en el altar de la crisis económica de 2008, la ley de arrendamientos urbanos y la pandemia que colea. La calle Larios de Málaga –que Javier Arenas siempre refiere como la mejor calle de Andalucía– está cargada de franquicias. Pasear por ella es un verdadero placer, pero no hay firmas locales donde pararse varios minutos, más allá de los veladores del Lepanto. Las sevillanas Sierpes y Tetuán, tres cuartos de lo mismo. Madrid conserva más negocios propios porque ya se sabe que en la capital de España todo es a lo bestia, hay más de todo y hay gente para llenar las Ventas con cualquier festejo. En Madrid hay cola para tomar el bacalao en Casa Labra, bajo la lápida fundacional del PSOE, y para jamar calamares en cualquiera de las tabernas de los alrededores de la Plaza Mayor.

Madrid ha estado a punto de perder el famoso Lhardy, salvado porque la firma Pescaderías Coruñesas compró el negocio y, salvo modificaciones menores, se mantiene bastante parecido a lo que siempre fue. Si esta empresa no apuesta por un clásico de la hostelería española, tengan por seguro que una franquicia de perfumes, protectores del teléfono móvil o corbatas de colores estridentes se hubiera hecho con la planta baja del celebérrimo restaurante. Y en las superiores habría ya apartamentos turísticos. Lhardy sobrevive gracias a la iniciativa privada, como no podía ser de otra forma, pues los poderes públicos poco pueden hacer a este respecto, salvo algunas ideas que en ocasiones hemos leído sobre tratos fiscales especiales para negocios centenarios. Al fin y al cabo los hay que forman parte de la historia, que aparecen en obras literarias o del cine y que, por encima de todo, son distintos.

Hemos dejado las principales calles de las urbes españolas en manos de multinacionales que llegan con sus estudios de mercado en la mano, alquilan los mejores locales, los decoran de la misma forma ya sea en París, Madrid o el Vaticano, hacen números tras el primer trimestre de actividad y, si no cuadran, echan la persiana y que pase el siguiente. No, no puede ser lo mismo un comercio de donuts de colorines con sus rótulos estridentes que el bacalao del Labra, aunque el buenismo de guardia suelte sus relatos de rigor y te recuerde que la mejor forma de apoyar los comercios de siempre es gastando en ellos. Claro, a 60 euros el cocido en Lhardy. Y alguno dirá que se trata sólo de garbanzos... Nos ha tocado vivir la sociedad de la franquicia. Seamos positivos, también la del injerto capilar.

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