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Enrique Osborne Isasi

La cultura del micromecenazgo

Impresiones sobre la modélica iniciativa que ha puesto en marcha la ROSS

HACE unos días se celebró en el Teatro de la Maestranza un acto muy significativo de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Se trataba de agradecer a los participantes del Programa de Micromecenazgo, promovido por los propios responsables de la ROSS, que con sus aportaciones mostraban su deseo de colaborar con su mantenimiento en momentos de dificultades económicas. Dentro de las actividades programadas para tal fin (entrega de diplomas, asistencia al ensayo de la Quinta Sinfonía de Mahler, copa de convivencia…), lo que más emocionó fue el encuentro en el escenario entre profesores y donantes, encuentro simbólico de la deseada fusión Orquesta-ciudad-ciudadanos donde estos últimos sienten como algo "muy suyo" lo que la ROSS significa.

Estimo que, aunque aún sea una respuesta muy modesta, se está abriendo una grieta en un resabio muy español de que la cultura debe ofrecerse gratis y para ello debe estar subvencionada. O para vergüenza nacional, robada sin el menor sentimiento de culpa a sus creadores. Por supuesto que las Administraciones Públicas deben dedicar parte de sus presupuestos a apoyar las expresiones artísticas, sobre todo a aquellas que por sus altos costes de producción y mantenimiento serían inviables sin esa aportación. Porque fomentar la cultura no es baladí. Es hacer posible que los ciudadanos accedan a un bien esencial, jamás superfluo, que nos hace no sólo más cultos sino mejores.

Pero ello no excusa la necesidad de una nueva conciencia en la sociedad civil del inmenso bien que supone la cultura para un integral desarrollo de lo mejor del ser humano y la responsabilidad ineludible de los ciudadanos de colaborar con su aportación económica. Todos, a nivel individual, somos responsables de construir, no ya un país, sino un mundo más humano. Y el arte en sus múltiples expresiones contribuye a hacernos más libres, reflexivos, tolerantes, abiertos a esos dones superiores de la verdad, bondad y belleza. Es triste que exista una gran proporción de la población que jamás ha tenido la menor posibilidad de acceder a ese mundo donde grandes genios de la Humanidad nos dejaron un legado sin el cual no sé si valdría la pena vivir. Si desde pequeños acercáramos a nuestros niños a la piel de lo mejor del arte y sintieran esa emoción tan intangible, tan atemporal, tan perenne, quizá ya nos les resultaría caro el precio por disfrutarla, ni excesivo el coste de constituirse en pequeños pero necesarios mecenas para que pueda mantenerse esa oportunidad de enriquecimiento social. Se sentirían orgullosos de ello.

Es oportuno recordar aquí la necesidad de una nueva Ley de Mecenazgo tan prometida como olvidada. Lo que me hace pensar que a los políticos les importa bastante poco, y que su negligente actitud no sea más que un inconsciente reflejo de la decadencia humanística que estamos viviendo. O lo que sería peor, que tradujera su posible temor a que un país culto, reflexivo y más libre sea más difícil de manipular para sus intereses. No puedo menos que recordar el pensamiento de Albert Camus en L'artiste et son temps : "Sin la cultura, y la relativa libertad que ella supone, la sociedad, por perfecta que sea, no es más que una jungla".

Enhorabuena a los responsables de la Real Orquesta Sinfónica por su modélica iniciativa, abierta a todas las posibilidades económicas, y que nos acerca a otros países europeos donde hace ya años asimilaron que la cultura no es un gasto, sino un maravilloso encuentro con la belleza.

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