
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El pájaro y la pájara
La aldaba
Se creían algunos ingenuos que no nos quedaba nada por ver desde aquella vez que un presidente del Gobierno nos enseñó a lavarmos las manos. Hemos sufrido una pesadilla vespertina propia de esas películas de cine de verano que se recuerdan toda la vida. Un apagón total que lamina los planteamientos de la ficción. ¿Qué más nos puede pasar a la generación que sufrió la crisis económica de 2008 y la que padeció la pandemia de los 900 muertos al día en 2020 con fuertes restricciones en los hábitos cotidianos hasta 2021? Pues nos pasa al fin lo que le ha pasado a todas, salvo que a nosotros nos han acostumbrado a las denominadas zonas de confort. No hay avances tecnológicos que garanticen el equilibrio absouto y permanente, como no hay ciencia de asegure la inmortalidad. Pero en el fondo lo exigimos todo porque nos hemos criado en el régimen de los derechos. Las mejoras del estado del bienestar nunca reportan un blindaje absoluto. Y de vez en cuando la naturaleza (la tragedia de Valencia) y las circunstancias (la tarde del 28 de abril) nos recuerdan que somos vulnerables. Nos dijeron que el siglo XXI sería el de las guerras sin muertos, pero con muchos daños en la salud mental por dejarnos desconectados, sin saber dónde están nuestros seres queridos y con los ordenadores apagados abruptamente. Nos vaticinaron que este siglo sería el de la apuesta por la salud mental. ¡Cierto! Procuramos un mundo seguro, pero una tarde acabamos comprando velas y linternas. Justo lo que acabamos de sufrir. El caso es que no han acabado las guerras de toda la vida y se han sumado nuevas amenazas. Tengamos una visión global. Miren Rusia con Ucrania. El siglo XXI tiene en Europa conflictos bélicos como en el siglo XX, además del caos que en 2008 provocó la codicia de los bancos (que dejó muertos en vida) y el desorden de un mediodía de apagón generalizado. La lección de tardes como la de este finales de abril es que no perdemos la condición de seres frágiles en una sociedad con muchos puntos débiles, pese a su aparente grado de sofisticación. Una tarde de cuaresma de 2020 nos encerraron por mucho tiempo y nunca más abrieron los colegios, institutos y universidades ese curso académico. Una tarde de pascua nos quedamos sin suministro eléctrico en las casas y en los negocios, sin luz en la vía pública, sin semáforos, sin poder pagar con tarjetas bancarias, sin refrigeración... ¡Ah, otra vez la sociedad de las certezas con los pies de barro! Se vino abajo todo lo que era sólido. Y encima nos pilla sin Papa, en sede vacante. ¿Quién ha escrito el guión? Porque habríamos dictaminado que la película era muy mala. Pero la realidad es que hemos rejuvenecido a la fuerza comprando velas, con la única diferencia de que tantos años después las hemos comprado en el chino. "¿Qué quiere, lú? ¿Lintenna?". El Gobierno se preocupó en declarar las mascotas como seres sientes, pero no a todos los seres humanos como seres dependientes cuando se cae el sistema eléctrico. Menos mal que nos ha pillado con las tardes largas... Si hubiera sido en enero nos sumimos en la tristeza. Salud, salud mental es la clave. Siempre ha habido y hay amenazas, pero ahora disfrutamos de una larga lista de comodidades que nos han debilitado.
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