Los donantes de vitamina C en Sevilla

La aldaba

Un merecido homenaje no sólo a los sevillanos que regalan aceite, sino a los que envían cajas de naranjas a sus amistades

Naranjas andaluzas
Naranjas andaluzas / M. G.

11 de febrero 2025 - 04:00

NI amigos con barco en la Costa del Sol, ni con caseta con grupo musical (qué horror), ni con balcón con derecho a cabalgata (sea el 4 o el 5 de enero, que rima con Fede Quintero), ni con palco de Semana Santa con seis sillas donde caben cuatro, ni con vivienda cerca del real de Los Remedios para casos de urgencias o necesidades sobrevenidas. Ahora se cotiza por todo lo alto tener un amigo que te regale naranjas, casi mucho más que el que sabe colocar espiches para colgar los cuadros o el que te ayuda directamente la mañana de fin de semana a realizar la mudanza. Te ahorras la factura del camión, pero te gastas después las perras en convidar al amigo y te ganas una hernia dorsal para el resto de tus días. Negocio redondo (Iván). Hay que tener amigos con capacidad para enviarte esas cajas de naranjas de mesa, mandarinas, clementinas o de otras variedades. Está de moda regalar vitamina C en su variedad más natural. Un obsequio que representa el valor de la salud. Al papa Francisco podrían haberle llevado naranjas andaluzas en la recepción del sábado. No hay nada mas chic que tener amigos que te manden naranjas.

Pasó la moda de los que tenían barbacoa en el adosado del Aljarafe, donde te obligaban a aguantar el pestilente olor de las sardinas o el engorro de tener que salir a comprar hielo a la gasolinera más próxima cuando eran las cinco de la tarde, cosa poco aconsejable por elementales razones de seguridad vial. Nada como agasajar o ser agasajado con una cajita o saco de naranjas. Está al mismo nivel que el aceite de oliva Virgen Extra. Cuiden a las amistades que les envían un juego de botellitas de ese oro líquido, como las de la Hacienda Orán de Miguel Gallego, que las reparte entre sus decenas de amigos. Exprimes la naranja y te acuerdas del amigo. Viertes un chorreón generoso de aceite en una rebanada de pan del tamaño de una oreja de elefante y también recuerdas al donante en ese preciso momento. Pongamos tres ejemplos. Nada como las naranjas de Luis Bolaños (el bueno, no el ministro), el brenero Joaquín Morón o la pintora Cristina Ybarra, la dama de Portocarrero que ha levantado el palacio de Palma del Río donde mantiene con esmero unos jardines de alto valor botánico y cítrico. Regalar una caja de naranjas bien despachada es como imponer una condecoración, una ofrenda en el altar de la amistad, una forma saludable de cultivar las relaciones sociales. Se evitan constipados porque se potencian las defensas. Y se libra uno del olor de las sardinas y de ir a por hielo. Cada uno en su casa y muchas naranjas en las de todos.

stats