Eduardito, la alegría de Sierpes en Semana Santa

La aldaba

Ha hecho la Semana Santa mejor a muchos abonados y protagonizó una gran anécdota con el arzobispo

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Los caídos de la Semana Santa

Eduardo, la alegría de una parcela de sillas de la calle Sierpes.
Eduardo, la alegría de una parcela de sillas de la calle Sierpes. / M. G.

21 de abril 2025 - 04:00

Cada sevillano se queda con su momento especial de la Semana Santa, su vivencia personal, el instante en el que sus ojos se bañaron en lágrimas, el minuto en que se vio emocionalmente sorprendido por las circunstancias, el cabreo con las vallas, la imposibilidad de callejear o de entrar en el bar de toda la vida. Cada cual hace su particular balance, como lo hará en dos semanas de la Feria, o en septiembre sobre cómo ha transcurrido el mes de agosto. La Semana Santa de 2025 ha sido la de la alegría de Eduardito en la calle Sierpes, a la vera de la relojería y enfrente de su Círculo de Labradores. Cada tarde de cofradías ha hecho la vida más feliz a los abonados, ha generado sonrisas y cariño, ha dado afecto, ha recibido enormes muestras de cariño de la mejor Sevilla y hasta ha provocado alguna carcajada a los que allí viven la fiesta más hermosa de la ciudad. Eduardo es un clásico, un personaje, un imprescindible de la Semana Santa de decenas de sevillanos. Saluda con su vozarrón a cada uno de los guardias civiles que hacen de escolta en los pasos ("¡A sus órdenes, mi coronel!"), a cada sacerdote, a los músicos de la banda de las Tres Caídas ("¡Viva Triana!") y a todos los costaleros, a los que jalea y anima. El capataz del Señor de las Penas le dedicó una levantá en la noche del Domingo de Ramos, los costaleros de San Gonzalo lo sienten como suyo, los nazarenos le dan estampas y caramelos, los contraguías y auxiliares lo tratan con el esmero de la gente de buen corazón que agradecen los vítores de este ángel en la tierra. Eduardo acude cada tarde con su hermana Inmaculada a contemplar el paso de las cofradías al mismo lugar donde aprendió a hacerlo con sus padres.

El Sábado Santo pasó el tramo de las principales autoridades de la ciudad que forman parte del cortejo del Santo Entierro en el que don Carlos Melero, teniente general de la Fuerza Terrestre, ejerció como representante del Rey. Llegó el arzobispo de Sevilla repartiendo bendiciones. Eduardo vio a monseñor Saiz y exclamó en el silencio de la solemnidad del momento: "¡¡¡Santo Padre!!!". Y don José Ángel, con toda la gracia y espontaneidad, se removió de su posición, miró a Eduardo y le respondió: "¡Dame tiempo, dame tiempo!". El arzobispo pareció en ese momento haber nacido en uno de los barrios de la Sevilla más honda por la rapidez y el afecto que mostró en la respuesta sin alterar la solemnidad del cortejo. Todos sonreímos y nos reímos. Hasta que, consciente del final de la Semana Santa, un abonado reflexionó: "Mañana echaremos de menos a Eduardito". Y así fue. Hay personas que tienen el poder de captar la atención, generar afecto y esbozar sonrisas, tres virtudes reservadas a los ángeles. Acabó la Semana Santa de las vallas, los turistas, el susto de la Macarena por Relator y la hegemonía de la autoridad civil. Pero, sobre todo, finalizó la Semana Santa de Eduardito, la alegría de Sierpes, el abonado que se sienta donde el sol se cuela por la calle Pedro Caravaca, el alma inocente al que Dios puso un ángel de la guarda con nombre celeste. La Semana Santa es mejor con Eduardito.

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