Puntadas con hilo

María José Guzmán

mjguzman@grupojoly.com

Un empresario

Bustamante es sólo el inquilino del auditorio, pero ha invertido años en salvar este patrimonio

Ahora que el binomio público-privado se ha consagrado como la vía más rentable, en todos los sentidos, para sacar proyectos de ciudad adelante, hay historias que invitan a reflexionar. Relatos de una Sevilla que, en parte, es lo que es gracias al esfuerzo de algunos sevillanos. Y uno de ellos es Francisco Bustamante, un empresario enfocado a su negocio, que se inició en una tienda junto a la Casa Pilatos. Tras disfrutar como muchos la época dorada de la Expo, apostó por conservar un legado que se empezaba a caer a cachos y también la autoestima de una ciudad que había subido muchos escalones tras ser la capital del mundo durante seis meses. Gracias a su empeño, la música volvió a sonar en la Cartuja en el año 2000, cuando se hizo cargo del Palenque y cuando éste fue derribado se embarcó en otra aventura: la gestión del Auditorio de la Cartuja donde crecía la hierba, literalmente, hasta una higuera salvaje que llegó a cubrir la entrada. En 2002 firmó un contrato con Agesa que asumió el Ayuntamiento de Sevilla en 2006 y, durante todo este tiempo, en solitario y siendo ajeno a este complicado negocio de la música, ha gestionado una instalación que ha aportado momentos de esplendor cultural a la ciudad.

En medio hay una historia personal que no siempre trasciende y es que el mundo se le ha caído encima a Bustamante en más de una ocasión. En 2010 fue a concurso de acreedores y empezó de nuevo. ¿Cómo ha podido seguir manteniendo el auditorio? Bustamante presta el espacio y los servicios y explota la barra y quien arriesga es el promotor musical. Dice que este sistema le permite sólo cubrir el coste de abrir las puertas del recinto. ¿Y por qué lo hace? No es un ingenuo, puede que en el sector provoque alguna fobia, pero quien lo conoce bien no duda de su honestidad. Aspira como todo empresario a ganar dinero pero, a las puertas de su jubilación, no renuncia a su sueño: que Sevilla tenga un espacio techado para 16.000 espectadores referente en España.

Bustamante es simplemente el inquilino del auditorio, pero ha invertido muchos años en ello y ha salvado un patrimonio condenado al olvido. Y había encontrado una solución privada para meter a Sevilla en el circuito mundial de los conciertos a coste cero para las arcas públicas. Para ello necesitaba solventar un contrato desfasado que había generado desacuerdos y pagos insatisfechos y dio el paso de buena fe. Su error, reconoce ahora, quizás ha sido haber esperado tanto para saldar este asunto. ¿Por qué no lo hizo antes? Tal vez por el temor a poner en riesgo muchos empleos, por responsabilidad de empresario. Es una hipótesis, pero lo cierto es que la negociación ha encallado y el futuro del auditorio es, en plena crisis, muy incierto.

Él no se arruga ante una situación que ve injusta y abocada a juicio. Si ocurre todos habrán perdido. Quizás su gestión sea cuestionable. Pero, sin duda, el auditorio que diseñó Eleuterio Población sigue en pie gracias a este sevillano y a su sueño. Y ése es un contrato indiscutible con una ciudad que necesita, ahora más que nunca, a sus empresarios.

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