Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Llorar sabemos hacerlo estupendamente y bien que lo dejó escrito el padre Cué, pero poco se escribe sobre cómo envidia la ciudad que descorre el visillo, mira hacia la calle y bisbisea hacia el interior. Sevilla envidia fundamentalmente en silencio. Se hace la sueca como si fuera una alta, rubia y de ojos azules que pregunta por la Casa de Pilatos, la Carbonería o las termas moras de la calle Aire. Sevilla siempre vende carne de membrillo en un continuo retorno de Puente Genil. Es mentira. Esta ciudad es todo menos despistada, pero se comporta como tal. Cuchichea, hace el vacío, genera frío. Crea leyendas, magnifica, inventa, ventila. Nunca envidia de frente, salvo que maneje muy bien la guasa, como aquel que a la primera copa de la UEFA sevillista se refirió como el paragüero para restarle mérito a la gesta blanquirroja. Este caso es el de una envidia con arte, con la que no cabe más que reírse. Hasta para envidiar se puede ser creativo. Y se debe ser.
España entierra bien, pero Sevilla envidia mejor. La envidia en Sevilla se masca en los silencios. Esta ciudad es más de dar el pésame que la enhorabuena. Y más, mucho más, de abrazar en el instante que de ayudar con el tiempo. Hasta se reserva a los muertos como propios. La de gente que no te avisa de la muerte del amigo común para capitalizar la condolencia. Hay casos en los que se asiste a una verdadera carrera por el pésame. Avisas a alguien de la muerte de un amigo común y el tipo te responde desde la sala del tanatorio. "Sí, sí, ya estoy aquí. Gracias". Se te queda cara de tonto. Hay muertos que son privativos, oiga.
Caes en desgracia, te despeñas de la carroza de rey mago y nadie se molesta en mirarte, ni muchos menos en echarte una mano. Subes como la espuma de una cerveza bien tirada y notas el frío de la cerveza… y de los que miran de reojo cómo te la bebes. Ya lo dijo un cardenal: en la cima del éxito se siente una soledad que muchos ni se imaginan. Muchos triunfos están asociados al frío por mucha gente que acuda en auxilio del vencedor. El fracaso y la debilidad repentinos pueden generar cierta solidaridad. Mentira. Es un atrezo.
Si el que está arriba se cae de pronto, en Sevilla se oyen las frases de siempre en los corrillos. "Se veía venir". "Si es que estaba cantado". "Se estaba exponiendo demasiado". Un alcalde dijo que la clave de esta ciudad es no hacer nada, no arriesgar, que no se mueva un varal. El fracaso está bien visto en Estados Unidos. Pero en Sevilla supone el aislamiento. El silencio, esos silencios de sueco. ¿Qué fue de aquel empresario que nos llevaba al Rocío con todo pagado y servicio de champán y fresas? Acabó en la cárcel. Silencios que se sesean, cecean y están trufados de miarmas. Silencios de felinos en el bajo vientre. Silencios que corren los interiores. Todos los días sale la cofradía de la envidia formada por decenas de estandartes con sus correspondientes cuatro varas. Sobran bueyes para tirar de la carreta de la envidia.
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